viernes, 11 de abril de 2014

Pensamiento del Día, 11-4-2014



«La señora Barrington se detuvo en el camino del jardín.
-Verdaderamente, creo que le debo una disculpa –Alma caminó hasta ella–. Hemos sido amigas demasiado tiempo para hablarnos así. Demasiado tiempo.
-Me temo que está usted demasiado acostumbrada a decirle a Boyd todo lo que se le pasa por la cabeza como para recordar que otras personas pueden no estar demasiado acostumbradas a su falta de tacto –la señora Barrington lanzó a Alma una sonrisa gélida pero no del todo desagradable–. La franqueza es una cosa en nuestra casa y otra muy distinta en casa ajena.



-Estoy de acuerdo –Alma pudo oír su propia y débil disculpa.



-Me temo, querida mía, que no basta con que esté de acuerdo. Ha dicho usted cosas muy crueles, ¿sabe?. Ha hecho daño a la gente una y otra vez. Y sigue haciéndolo.»



 (James Otis PURDY; Hicksville, Ohio, Estados Unidos, 17 de julio de 1914 – Englewood, New Jersey, 
13 de Marzo de 2009. The Nephew -El sobrino-, 1961 -1962 para la primera edición en castellano-.)



Hasta un benemétito escritor maldito, como James Purdy (que hoy sería centenario), se daba cuenta de que la franqueza está muy sobrevalorada en nuestra sociedad occidental... Acaso se daba cuenta de un modo muy especial precisamente por ese halo de malditismo que, en una sociedad especialmente puritana como la estadounidense, lo llevó a recorrer con fortuna menguada los despachos de las más diversas editoriales.



Esa sociedad que consagra la mentira como la más abominable de las faltas y la mayor de las amenazas para la vida pública, desarrolla, paralelamente, toda una suerte de subterfugios para cubrir lo anticonvencional bajo ingentes capas de hipocresía... Para hacer, por ejemplo, que pueda crecer el alcoholismo en plena ley seca. ¡Todo sea por el negocio!.



Y, así, fueron desarrollando el sistema por el que, primero, las mafias y, luego (ahora), los honorables grandes industrias transnacionales controlaban (de hecho, ponían y quitaban) las caras visibles de la farándula política para jugar al juego de la democracia... Incluyendo, incluso, en el decorado (sobre todo al principio, cada vez menos) para que la hipocresía tomase cuerpo alguna eventual detención (incluso condena) de un capo, alguna multa más o menos onerosa a una multinacional o algún juicio a “representantes” políticos que habían hecho demasiado evidente su corrupción.



Pero, eso sí, mentir sobre la comprobación en el propio bajo vientre de las habilidades orales de una becaria seguía estando muy mal visto en un presidente.



Ahora, en tiempos del capitalismo globalizado y la opresión simbólica, el asunto se ha generalizado a todo el mundo... Así que aquí estamos con la casta política “representando su (pésimo) teatrillo de sombras” guionizado por los grandes poderes económicos y pidiendo que se les juzgue sólo por la verosimilitud con la que son capaces de interpretar su ficción.



Así que, si uno no pertenece a la farándula gobernante ni a los guionistas y productores de la representación, no puede dejar de coincidir con Purdy en que la franqueza está sobrevalorada... Y no sólo por las inmensas dosis de hipocresía que la envuelven, sino, y sobre todo, por su insultante asimetría: cuando esa sinceridad la ejercen los poderosos sobre la gente de a pie es aplaudida bajo nombres como campechanía, claridad o, incluso, responsabilidad; si es la ciudadanía la que la usa con quienes mandan (de forma directa o interpuesta) es denostada bajo denominaciones como escrache, desorden, vandalismo o, simplemente, violencia. O sea que la franqueza es su virtud y nuestro delito. ¿No llevamos ya demasiado tiempo aceptándolo “de buen rollo”?.



Nacho Fernández del Castro, 11 de Abril de 2014

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