martes, 8 de abril de 2014

Pensamiento del Día, 8-4-2014



«Mientras corría alrededor del pequeño cuarto, con las cajas de fotografías apretadas contra su pecho, algunas de las fotos cayeron al suelo. Él se detuvo para recogerlas, mientras seguía apretando convulsivamente las cajas y emitía pequeños gritos de impotencia y dolor agudo.
Ethel lo miraba sin dar crédito a sus ojos. Ahora no sólo no le parecía hijo suyo, sino que ni siquiera parecía ya un niño; al contrario, con su pijama roto y sin zurcir, parecía un animal lisiado y moribundo que corriera desesperadamente tratando de huir de su propio dolor.
-¡Dame esas fotografías! -gritó ella. Le arrebató algunas que él tenía en las manos, y las arrojó rápidamente al fuego.
Después se dio vuelta y fue a tomar las cajas que él sostenía.
Pero la escena que vio hizo que se detuviera. Él se había encogido, agachado en el suelo, y apretando las cajas contra su estómago, emitió una especie de silbido hacia la mujer, de modo que ella no tuvo la posibilidad de acercarse ni de llevárselo de allí, mientras de la boca del niño salía una sustancia espesa, fibrosa y de color negruzco, como si estuviera vomitando su corazón cargado de amargura.
»
(James Otis PURDY; Hicksville, Ohio, Estados Unidos, 17 de julio de 1914 – Englewood, New Jersey, 
13 de Marzo de 2009. Final de Why Can't They Tell You Why?en Color of Darkness 
 –“¿Por qué no pueden decirte el porqué?” en Color de oscuridad: once relatos y un cuento-, 1961 -1963 para la primera edición en castellano-.)
El lúcido tenebrismo de la mejor literatura maldita, lejos de las estanterías de los grandes almacenes y las editoriales que venden sus libros por metros cúbicos, alcanza, con frecuencia, una precisión siniestramente luminosa a la hora de rretratar la amargura del mundo...  Nacido hace un siglo, James Purdy nos ofreció algunos ejemplos eminentes de ello y nosotros, infantes al fin que sólo podemos sentir el asco del engaño perpetuo y el férreo control de nuestros actos y pareceres, aún podemos degustar sus ecos para recordar que, más allá de sumisiones silentes tan en boga, podemos y debemos seguir vomitando nuestro corazón ennegrecido por tantos desencantos sobre la delicada y costosa indumentaria de quienes se han especializado en provocarlos... ¡Al fin y al cabo, se la pagamos entre todas y todos!.
Nacho Fernández del Castro, 8 de Abril de 2014

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