sábado, 10 de mayo de 2014

Pensamiento del Día, 10-5-2014



«Como el ataque de los marxistas era muy violento—le dice a María Josefina Tejera—, la reacción guardaba silencio, esperando que yo fuera a entregarme, puesto que me estaban considerando como suyo. Pero para mostrar que se confundían y evitar equívocos, retiré mis obras de la circulación [se refiere sobre todo a Los días terrenales, 1949, que recibiera virulentos ataques del “estalinismo oficial” iniciados por Pablo Neruda]. No abdiqué. El propósito que me hice fue el de estudiarme a mí mismo, lo cual me resultó muy bueno, porque me volví más antiestalinista y más antidogmático.»
 

(José REVUELTAS SÁNCHEZ; Durango, México, 20 de noviembre de 1914 — Ciudad de México, 14 de abril de 1976. En Conversaciones con José Revueltas, compiladas por Andrea Revueltas y Philippe Cheron, 2001.)

Hoy, ya lejanos los “desaires oficiales” a los intelectuales más íntegros qie denunciaron tempranamente el dogmatismo estalinista y los horrores que tras él se ocultaban, pueden parecer estas historias de abuelitos que, en su refinamiento cultural, jugaban a ver quién se mostraba más cáusticamente crítico o brillantemente lúcido.

Pero no, el caso es mientras unos (como el gran Pablo Neruda) repartían bulas y sentenciaban aislamientos desde la estricta ortodoxia estaliniana, otros, como el benemérito José Revueltas, habían de luchar con denuedo por mantener su integridad ético-política, proyectar una visión crítica del mundo al servicio de la verdad y evitar que su obra fuera objeto de usos torticeros desde intereses reaccionarios.

Evidentemente, no es lícito hacer una revisión del valor literario (o estético en general) de una obra a partir del talante o actitud ético-política de su autor (entre otras cosas porque sobran los ejemplos de personajes de más que dudosa catadura moral capaces de producir obras excelsas que engrandecen loa Humanidad tanto como los seres de dignidad personal y voluntad solidaria irreprochables que apenas si fueron capaces de alumbrar obras muy menores, hasta el punto de convertir la propia biografía en su aportación más  valiosa para las generaciones futuras)... Pero no menos ilegítima es la sacralización personal fundada en la grandeza de una producción artística (y, desde luego, ésta puede resultar, como todo “culto a la personalidad”, mucho más peligrosa socialmente por sus inevitables derivaciones caudillistas y sectarias).

Así que, sin negar la hermosura estética y las inconmensurabilidades comparativas que de ella se derivan, conviene mucho, si aún nos queda algún aliento para dedicar a la búsqueda de un mundo mejor, más justo, donde ningún ser humano pueda encontrar a cada paso obstáculos insuperables para desarrollar su vida, no tergiversar la historia y saber de cada cuál que hizo y que no hizo, dónde y con quién estuvo, cómo y para quién trabajó... Porque la dignidad ética y política de las personas nunca está en los bibliografías ni colgando de las paredes de una pinacoteca.
Nacho Fernández del Castro, 10 de Mayo de 2014

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