«Me asomé al ventanal que daba a la calle: ahí
estaban todas las bacterias humanas, creyéndose únicas: parejas de enamorados,
mujeres encintas, hombres solitarios, niños camino de la escuela, viejos,
jóvenes, seres que se creían completos e inmutables, pero con sus
construcciones vitales siempre a medio acabar, sus caudales desaprovechados, y
sus trueques inesperados a la vuelta de la esquina.»
(Mercedes SALISACHS ROVIRALTA; Barcelona, 18
de septiembre de 1916 - 8 de mayo de 2014.
Lolita, asqueada de su entrorno, de su propia
descendencia y del mundo, en Bacteria
mutante, 1996.)
Se apaga una de las voces más longevas de la
literatura universal (publica la primera novela que asume como propia en 1955, Primera
mañana, última mañana, que había sido precedida por algunos textos en
los años cuarenta despreciados luego por la autora, y todavía en 2013 aparecería
El
caudal de las noches vacías), nacida en el seno de la burguesía más
acomodada y bienpensante barcelonesa, pero siempre dispuesta a bucear en las
indignidades de su propia casta, tan frívola como incongruente en ese retrato
que va de su Premio Planeta (La
gangrena, 1975) a Bacteria mutante... Veinte años en
su pluma que la moverán por monarquías decadentes, torpes repúblicas, inhumanas
guerras civiles y mundiales, grises dictaduras... Hasta completar un fresco
pintado desde la introspección analítica capaz de captar ambientes sociales
diversos en sus juegos de ambigüedades y soberbias, de codicias y proezas entre
las que con frecuencia se cuelan la silente conciencia de pecado aplastada por
una avaricia sin límites.
Mercedes Salisach
era, sí, mujer de orden, buena burguesa, católica de bien y articulista del
diario ABC, pero siempre mostró una curiosa aptitud y una voluntariosa
actitud para la precisa disección de las decadencias anímicas que
caracterizaron el devenir histórico de los suyos... Y lo hace en un tono
levemente poético capaz de insertar incluso el descarnado discurso naturalista
sobre el asco que sus personajes pueden llegar a sentir por su entorno y la
propia sangre y, a través en ellos, por la humanidad entera en el hálito de la más
profunda, auténtica y bienintencionada reflexión sobre la misma esencia del ser
humano.
Y, aunque sea
evidente que mirar el mundo a través de un ventanal lo deforma, convirtiendo
los juegos de la perspectiva y la luz en
desmesuras de la mirada que infravalora o
supravalora el todo por la parte, el reflejo indeleble de tales visiones es
necesario, imprescindible... Porque también nos sirve para movernos con más pericia
en el mundo mismo, en el todo.
Nacho Fernández del Castro,
11 de Mayo de 2014
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