domingo, 11 de mayo de 2014

Pensamiento del Día, 11-5-2014



«Me asomé al ventanal que daba a la calle: ahí estaban todas las bacterias humanas, creyéndose únicas: parejas de enamorados, mujeres encintas, hombres solitarios, niños camino de la escuela, viejos, jóvenes, seres que se creían completos e inmutables, pero con sus construcciones vitales siempre a medio acabar, sus caudales desaprovechados, y sus trueques inesperados a la vuelta de la esquina.»
(Mercedes SALISACHS ROVIRALTA; Barcelona, 18 de septiembre de 1916 - 8 de mayo de 2014. 
 Lolita, asqueada de su entrorno, de su propia descendencia y del mundo, en Bacteria mutante, 1996.)
Se apaga una de las voces más longevas de la literatura universal (publica la primera novela que asume como propia en 1955, Primera mañana, última mañana, que había sido precedida por algunos textos en los años cuarenta despreciados luego por la autora, y todavía en 2013 aparecería El caudal de las noches vacías), nacida en el seno de la burguesía más acomodada y bienpensante barcelonesa, pero siempre dispuesta a bucear en las indignidades de su propia casta, tan frívola como incongruente en ese retrato que va de su Premio Planeta (La gangrena, 1975) a Bacteria mutante... Veinte años en su pluma que la moverán por monarquías decadentes, torpes repúblicas, inhumanas guerras civiles y mundiales, grises dictaduras... Hasta completar un fresco pintado desde la introspección analítica capaz de captar ambientes sociales diversos en sus juegos de ambigüedades y soberbias, de codicias y proezas entre las que con frecuencia se cuelan la silente conciencia de pecado aplastada por una avaricia sin límites.
Mercedes Salisach era, sí, mujer de orden, buena burguesa, católica de bien y articulista del diario ABC, pero siempre mostró una curiosa aptitud y una voluntariosa actitud para la precisa disección de las decadencias anímicas que caracterizaron el devenir histórico de los suyos... Y lo hace en un tono levemente poético capaz de insertar incluso el descarnado discurso naturalista sobre el asco que sus personajes pueden llegar a sentir por su entorno y la propia sangre y, a través en ellos, por la humanidad entera en el hálito de la más profunda, auténtica y bienintencionada reflexión sobre la misma esencia del ser humano.
Y, aunque sea evidente que mirar el mundo a través de un ventanal lo deforma, convirtiendo los juegos de la perspectiva y la luz  en desmesuras de la mirada que infravalora o supravalora el todo por la parte, el reflejo indeleble de tales visiones es necesario, imprescindible... Porque también nos sirve para movernos con más pericia en el mundo mismo, en el todo.
Nacho Fernández del Castro, 11 de Mayo de 2014

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