«¡Mi corazón
amo de naufragios
no sabe cómo sobrevivir a la esperanza!.»
(María
Clara GONZÁLEZ DE URBINA; Bogotá,
Colombia, 1952. “Corceles de fuego” en
Pasajeros del viento. Poemas (1993-1995), 1996.)
En un mundo en el que casi todo nos duele, donde
cada mirada descubre nuevas sombras en cada instante, donde la corrupción es la norma... En un presente, siglo veintiuno, que, por
desgracia, ha desarrollado al límite el siniestro retrato que del siglo
anterior hiciera el gardeliano tango “Cambalache”
(que Enrique Santos Discépolo escribiera en 1934 para la película El
alma del bandoneón), porque, a fin de cuentas, “hoy [y cada vez más] resulta que es lo
mismo / ser derecho que traidor, / Ignorante
sabio o chorro, / generoso o estafador.
/ (...) Es lo mismo el que trabaja / noche
y día como un buey, / que el que vive de
los otros, / que el que mata, que el que
cura / o esta fuera de la ley”... Y es que, en suma, tras la torticera
interpretación del “todo vale”
postmoderno por el espíritu
neoliberal de los tiempos, está claro que el lema es “No pienses mas, / sentate a un
lao, / que a nadie importa / si naciste honrao”, porque lo vemos cada
día y en todos los lugares de esta sociedad
de las apariencias y el espectáculo: “si
uno vive en la impostura / y otro roba
en su ambición, / da lo mismo que sea
cura, / colchonero, rey de bastos, / caradura
o polizón”... Y, aunque podamos tener la tentación, cuando el despropósito
nos lacera la piel, de gritar “¡Que falta
de respeto, / que atropellaba la razón!...
/ Cualquiera es un señor, / cualquiera es un ladrón”, en realidad
todos sabemos que son los mejores ladrones, los de guantes más blancos y
cuellos más duros, los que se convierten
en grandes señores y amos del
mundo.
Así que, poco a poco o de repente, vamos
teniendo un corazón que sólo atesora naufragios y sueños rotos... Un corazón
que, en su hábito de afrontar precariamente tempestades (o crisis/estafas), se siente cada vez más incapaz de sobrevivir a cualquier esperanza... Por
mucho que algunos soplos de brisa le digan que podemos.
Porque el buen náufrago no sabe ya más que esperar el embate de la próxima ola, y
cualquier distracción esperanzada sabe que puede ser su fin. “¡Dale no más, dale que va!”...
Nacho Fernández del Castro, 15 de Junio de 2014
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