lunes, 30 de junio de 2014

Pensamiento del Día, 30-6-2014



«Cuando se supo que el tren había llegado cargado de cadáveres, sobre la aldea cayó un silencio amenazante.»
 (Khushwant SINGH; Hadali, India Británica -hoy Khushab District, Punjab, Pakistan-, 2 de febrero de 1915 - New Delhi, India, 20 de marzo de 2014. Train to Pakistan  –Tren a Pakistán-, 1956 
-2011 para la edición en castellano-.)
Periodista lúcido y mordaz, ajeno a todos los dioses y desertor de todas las religiones, sarcástico corresponsal del choque de costumbres occidentales e hindúes, intelectual divertido y amante irreductible de la poesía pese a que decía no creer en el amor, sino en la lujuria porque le parecía más honesta, Khushwant Singh era un literato todoterreno que ni siquiera era capaz ya, al final de su vida, de recordar  con precisión cuánto había escrito (o estimaba superfluo y vano ese, por otra parte ingente, ejercicio de memoria personal)... Pero su caudal de voz jocosa e irónica con el que narró el mundo partió, de hecho, de desgarros íntimos y tragedias colectivas sin cuento, porque nacido en una pequeña aldea, hoy situada en Pakistán muy cerca de la frontera con la India en la que vivió su vida adulta y en la que murió, hubo de vivir bajo el temor y el temblor de los enfrentamientos y definitiva partición postcolonial de la vieja India Británica en dos “Estados religiosos”: sincretismo de base hinduísta en la República de la India frente a la conformación musulmana de Pakistán. Un dolor que narró con lúcida precisión que permite más de una década (y unos cuantos kilómetros) de distancia (porque ya nunca pudo volver a su casa natal como había soñado, sino sólo como huésped muchos años después) en Tren a Pakistán, vívido retrato del horror fraticida que, no por repetido en tantos lugares y en tantas épocas, deja de impresionar cuando se refleja con tanto talento y emoción distanciada.
Acaso por ello, compensando tanto silencio amenazante, Singh logró cuajar ante el mundo esa visión siempre filtrada por una perspectiva tan socarrona como punzante... La misma que, mucho antes de su muerte, le permitió escribir su propio epitafio:  “Aquí yace uno que no se ahorró ni hombre ni Dios. No desperdicies tus lágrimas en él, era un cabrón. Escribía cosas ofensivas que consideraba diversión. Gracias al Señor que está muerto, este hijo de la pistola”.
Nacho Fernández del Castro, 30 de Junio de 2014

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