«Marzo desnivelado por las cifras
del
desaliento. Marzo de muerte,
triste
marzo de trenes y extrarradios marchitos,
marzo
de sueños rotos y niños deshabitados,
de
pronombres sin nombre, de apellidos
quebrados
y relojes sin hora, marzo de los teléfonos
enmudecidos.
Mi
ciudad asolada. Mis tierras y mis trenes,
asolados,
mis ojos y mis manos
y
mis brazos,
asolados.
Muerte sembrada bajo la luz
de
un Madrid lateral
hecho
de andenes periféricos, de seres menesterosos,
de
mujeres crecidas en la sombra diaria
del
tiempo inabarcable del trabajo,
de
hombres cultivados
en
el silencio anónimo de las factorías,
de
humildes bachilleres y de párvulos,
de
viejos azorados por noticias de muerte,
de
bares conmovidos por la niebla y la sangre,
de
juguetes sin niño,
de
huérfanos sin ira,
de
vacías acequias,
de
fogatas sin lumbre.
Madrid
de hospitales, de lutos y de marzo.
Capital
de la niebla y del dolor. Ciudad de los estanques
del
silencio.
Madrid
desbaratado y mío. Madrid nuestro.
Como
los muertos, nuestro.
Dueño
de un mes de marzo
descolorido
y turbio, pero nuestro.
Entre
muertos y lágrimas,
es
más nuestra y cercana la ciudad. También más triste.»
(Manuel
RICO REGO; Madrid, 27 de
octubre de 1952. “Madrid, 11 de Marzo”
en
De
viejas estaciones invernales, 2006.)
Madrid fue entonces la ciudad de la muerte en estaciones desoladas periféricas y centrales,
en la mirada huérfana de luz de sus gentes humildes (que podrían haber sido también
cadáveres), en tantos jueguetes ya sin manos infantiles, en tantas mujeres y
hombres que vieron interrumpida su alienación
del momento por los fuegos espectrales de la tragedia, en ese par de centenares
de seres humanos que ya ni siquiera
podrían volver a sentir jamás su particular alienación...
No podemos dejar de hablar, diez años después,
de tanta muerte que sentimos propia
en un tiempo que se hizo
dolorosamente nuestro para siempre... En una ciudad que amamos entonces más que
nunca (porque la habíamos disfrutado y amado tantas veces)... Aunque ahora era ya
una ciudad triste en un día aciago.
Más triste
porque en ella floreció no sólo el terrorismo
más cruel, sino también la gran mentira
como un patético ejercicio de necropolítica,
signo palmario de un fascismo insistente...
En fin, muy triste... Sobre todo porque hoy,
diez Marzos después, tantos responsables siguen en sus puestos.
Nacho Fernández del Castro, 11 de Marzo de 2014
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