sábado, 8 de marzo de 2014

Pensamiento del Día, 8-3-2014




«Cuando yo muera amado mío no cantes para mí canciones tristes, olvida falsedades del pasado, recuerda que fueron sólo sueños que tuviste. Hubo un palacio de quimeras en mi rostro. Eso fui. Mi epitafio preferido sería que mañana, cuando la tierra cubra ese cuerpo dolorido que es el mío, tú anduvieras desangrándote por calles y plazuelas, diciendo mi nombre, no en voz baja, que se apaga tan sólo con el ruido de unos pasos, no con palabras encendidas, ya dijimos que se venden, no con ojos enrojecidos por las lágrimas, que quizás no serían para mí. Este sueño este sueño que tuviste y que fue tuyo. Mira, no vayas a la playa, mañana, a esa hora tan privilegiada, tan justamente pretendida, cuando mi sangre ya esté helada y mis uñas que comía por no verte y que sólo pintaba de vez en cuando para ti, ya no serán rosadas ni moradas, negro refugio de gusanos hambrientos. Si fueran, como dijiste un día para conquistarme, de seda. Pero no habrá capullos bajo tierra. ¿Por qué deshicimos el mundo soplando sobre él como antaño sobre un pastel?. El tiempo nos perdió, no el que vivimos, ni el que soñamos, se nos contagió. Soplará el viento, caerá la lluvia, pesará la nieve, primero sobre la tierra, después sobre mi cuerpo. Entonces, a esa hora, cuando en ningún bar de la ciudad puedas encontrar mi mirada, ¿cómo no iba a recordártelo a cada instante?. Construimos un castillo en la otra orilla. Mataste un pájaro en el monte en primavera para hacer de sus plumas torreones y cortamos miles de rosas para con sus pétalos edificar la fachada principal. ¿Recuerdas?. Qué problema planteaba el puente levadizo: un hada nos sopló al oído que fuera lirios. Y yo, que siempre fui tan tonta, pregunté, cómo asusta el silencio de mañana, si no sufriría frío el duende del castillo. No pusiste cristales en las ventanas. Me enseñaste que, en los castillos medievales, las ventanas sin cristales. Pero me los concediste y afirmaste que la fuerza de mis ojos guardaría al duende de morir a causa de los fríos invernales. Cuando yo muera, mañana, habrá cesado el miedo de pensar que ya siempre estaré sola, entonces no vagues por las calles, no entres a tomar copas por lo bares, porque si te ves en los cristales, si te ves reflejado en cualquier parte no verás tus ojos que yo dije llenos de verbenas, no verás tu boca que besaba sin razón, tu pelo, ¿está encanecido ahora o sigue siendo de seda como cuando te disfrazabas de pastor?. Verás tu rostro de cansancio, y tus ojos, que murieron, son sólo agujeros de metal. Me miraba. Veía un palacio de quimeras en mi rostro y en mis manos, qué pena que no sirvieran para nada. Era ausencia. No de tí. Ni de él. Una Mujer me dijo un día que cuando se empieza no se acaba. Qué falsa invulnerabilidad la felicidad. ¿Dónde estará ahora?. ¿Dónde estaré mañana?. No me mandes flores a casa. No pongas rosas sobre el mármol de mi fosa. No vagues por las calles, no escribas cartas sentimentales que sólo serían para tí. Ese sueño, ese sueño que tuviste, extraño paraíso de ilusiones, lo supiste, antes que nadie, cómo muere poco a poco un corazón, cómo atrae la llamada del recuerdo aunque falso cómo guía nuestros pasos. No te pierdas mañana en historias que inventamos y apuntamos sobre el viento. Qué mentira nuestra adolescencia de payasos. Vete, vete allí, mañana, sin cantar canciones tristes que no serían para mí, entra y pide aquella mesa de cartón adornada con mariposas blancas. Alguien dijo que suene el acordeón y Ella, Ella nos citó en París en Primavera. Mira, mañana, a esa hora, qué miedo tengo ahora, nunca quise dormir sola y de hoy en dos auroras. Pero, ¿qué podía hacer yo?. Qué innoble el amor cuando es simplemente ausencia, dijo aquel joven atildado, ¿agradeciste tú su mirada de cristal?. Vete allí mañana y recuerda mis manos de tonta enamorada No de ti. Ni de él. Tampoco Ella, tan lejana. Cuatro niños alquilaron una mesa para reunir sus cuerpos, muñecos de cera. Fue a la hora de las luces. Las hogueras El acordeonista enloqueció, arrancó el puñal de plata de entre sus costillas y rasgó el instrumento de cartón. No surgieron notas, sólo viento y mil espejos de color. Él era. Él disfrazado de rufián espiándonos desde su irreductible rostro de marfil. Agitó en el aire su pañuelo de seda. Qué grotesco su intento para hacer que apareciera no una paloma, una liebre o una flor, sino sólo el rostro que siempre había amado. Lo contó luego, que nos vio, brindando por un futuro, mientras íntimamente seguíamos soñando en convertirnos en gnomos y en señores de mil tierras conquistadas o en vasallos de un rey enamorado de las flores. Por qué no dijiste que te ibas a la guerra. Incluso Él te hubiera dado el corazón. ¿Estaba el vuestro destrozado por la vida?. No el mío ni por los sueños. La canción. No cantes para mí canciones tan tristes como aquélla, no me llames esta noche, no estaré. Luego la vi. El terciopelo rojo de mesas y paredes me envolvió en la creencia de que escapa todo cuanto vuela. ¿Cómo iba a contarlo aquella noche?. Me lo dijo de un tirón, anda, vete, sé buena. Hablasteis de escaramuzas y de lo locas que son algunas chicas. Peter Pan encerrado bajo siete llaves. Y murió. Abandonado en un oscuro rincón del calabozo más helado. Salió en los periódicos que, al día siguiente, todos los niños del mundo a la edad de siete años se sentaron. Qué duro el banco de madera tras las rejas del Banco de Inglaterra. Medían como metro cuarenta. Eran, no viejos ni muertos, estaban arrugados. Alcoholizados. No es gran cosa el alcohol. Sólo que hay noches y casas y ríos y ojos que se cierran y cuerpos que se balancean y bocas que se abren titubean y se escapan, vuelan las quimeras. Las noches y las calles. Mata el alcohol, lo dijo Él, que lo sabía, deshace, era tan digno, tan perfecto, no bebas, decía, vete a casa, no bebas, decía, vete al campo, no bebas, decía, porque nada alegra un corazón pervertido por la melancolía. Él lo dijo aquella noche. El frío cortó la copa de los árboles y el viento trató de derribar unos cuantos edificios y ví colgados por las esquinas grandes posters luminosos anunciando la noticia de lo que ya se presentía. Vete allí mañana, aguardan las estanterías de licores, los mármoles de estrías dislocadas, las palabras. Hablaban y decían y olvidaban. Y Él. Él vivía de las noches y de las esferas que el humo de los cigarrillos dibujaba en ellas. Habló. De Aquella Chica. Qué manías, qué tristes pueden ser algunas vidas. Qué miedo ahora, pero mañana nada. Quisiera que cantaras canciones tan tristes como aquélla, pero no llegarán hasta el fondo de la tierra; quisiera que lloraras, pero las lágrimas no lograrán traspasar el frío de una lápida; quisiera que con un cuchillo rasgarais en la carne, en la vuestra que ha sido amada, que inundarais las calles con sangre desesperada, pero no calará mi fosa para calentar la mía, helada. Cuando haya muerto, amado mío, quédate como estás ahora, muñeco inerte, amodorrado bajo mi sábana, no intentes poner en movimiento tus piernas sólo llenas de serrín. Querido, querido Pinocho, quédate donde estás, besaré tu nariz tan amada, compréndelo, no puedes andar por el mundo con ella, no puedes pretender ser bien acogido teniendo en cuenta que no sabes ni hablar. Juguete que nunca se olvida, vuélvete al bazar. Cristales transparentes, compañeros de otros tiempos que no contarán historias confusas como yo las mías. Ni te dirán Querido, querido Pinocho, mañana llevaría conmigo al centro del olvido tu sonrisa de loco abandonado, tu cuerpo de serrín. Vete. É



l, un día, ya harto, rompió el silencio de mi vida. Se lo dijo, a aquel joven ignorante de verbenas. Aquella Chica es una loca enamorada de la vida. Esa Mujer una loca enamorada de sí misma, no me esperes a la salida del teatro porque no iré. Querido, querido Pinocho, vuélvete al bazar. Vete a ver volar los aviones. Vuelan y revientan en el aire. Y el cielo tiembla. Centellea. Y es como cuando una estrella o el corazón se desintegra.»

(Ana María MOIX I MESSEGUER; Barcelona, 1947 - 28 de febrero de 2014.  
De No time for flowers y otras historias, 1971.)


Hoy, Día de la Mujer, en medio de un mundo inhóspito en que, hombres o mujeres, deambulamos por la vida entre la evidencia de la muerte de cuanto amamos y el deseo de dejar memoria vívida en quienes amamos, ante la expectativa de que todo lo que despertó nuestros anhelos y alentó nuestras risas y lágrimas se desintegre, es más necesaria que nunca la construcción de unas relaciones intergenéricas de reconocimiento, igualdad y apoyo mutuo.



Y ello porque no existe “la mujer” (como no existe “el hombre”), sino mujeres concretas, diversas y variopintas en su realidad personal y colectiva... Mujeres que (como los hombres) necesitan ser reconocidas en esa pluralidad, tantas veces doliente, como paso hacia una verdadera implantación social del yo capaz de integrarse en redes de relaciones horizontales fructíferas y vitalmente satisfactorias.



Sólo así podemos, hombres y mujeres, resistir tanto la tentación de un vacuo juego de dominios y sumisiones (sublimado y jaleado por ese nuevo erotismo literario femenino, tan en boga) en este entorno hostil de la lucha por la vida en la competencia capitalista, como el refugio en el regodeo mortificante y subjetivista de un leve malditismo.



Y, acaso, avanzar, más allá de todos los departamentos gubernamentales de justicia o interior, en la articulación de las condiciones de posibilidad para que cada cual, mujer u hombre, pueda ser (privada y públicamente) quien es.



En una sociedad verdaderamente pluralista.



Nacho Fernández del Castro, 8 de Marzo de 2014

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