miércoles, 12 de marzo de 2014

Pensamiento del Día, 12-3-2014



«Envueltos como estamos en la corrupción y el desconcierto, bueno es pensar qué sociedad querríamos y si este deseo tiene visos de realidad. Se trata de tener conciencia de que con las estructuras y esquemas actuales no podemos ni convivir satisfactoriamente ni ir adelante, sino vivir un desesperado fatalismo que nos recuerda que el ser humano es el único animal que tiene metas de largo alcance.»
 (Enrique MIRET MAGDALENA; Zaragoza, 12 de enero de 1914 - Madrid, 12 de octubre de 2009. 
 Inicio del primer apartado, “La sociedad  que necesitamos”, del primer capítulo, “I. Los cambios en la sociedad española, de Creer o no creer: Hacia una sociedad laica, 2007.)
Vivimos en un desconcierto evidente al ver como eso que llamamos “el sistema” (sea lo que sea) se llena de corrupciones concretas y, sobre todo, se vincula inexorablemente a la más global y perversa de todas las corrupciones: la desviación del concepto de representación hacia el de puro teatro (de sombras) y el de representación popular hacia el de custodia de los intereses de los económicamente poderosos.
Parece evidente también que poca esperanza cabe ya en las estructuras y mecanismos que han ido generando el problema. En cada cita electoral asistimos a procesos de barnizado más o menos hábiles a través de los vacuos discursos que hablan de regeneración... Pero la carcoma queda dentro y sigue actuando para la degeneración acelerada de las instituciones y procedimientos.
Lo sabemos (o, al menos, lo presentimos) porque la verdadera convivencia cada día resulta más extraña y menos satisfactoria cuando llega a darse, porque bajo el imperio de la supervivencia nos olvidamos de la defensa de lo común,  porque la precarización de la vida nos impide hasta levantar la vista y atisbar algún horizonte.
Así que lo han logrado... Privados de la capacidad misma de plantearnos metas de largo alcance (es decir, privados de lo más distintivo de la esencia humana), nos sentimos condenados (“¡no hay futuro!”, dijo el postmodernismo) a una alienación multiforme (pero siempre bestializadora) que deriva en fatalismo.
¿Qué hacer para evitarlo?... Parece que sólo cabe arañar tiempos y ocasiones para repensar individual y colectivamente en qué sociedad queremos vivir y cómo queremos vivir en ella... O sea, quién queremos ser. No es fácil. Ni rápido. Pero, ¿hay otra forma?.
En ese arduo camino, desde luego, resultan de ayuda las lecturas de gentes de buena voluntad, creyentes (o no) que entienden que la convivencia plural exige el trabajo por una sociedad laica... Por eso no está de más, en el día en el que la Conferencia Episcopal Española (que tanto contribuyera a “sostenella y no enmensalla” con respecto al sistema para garantizar la permanencia inercial de su influencia en el mismo) ha elegido de nuevo a Ricardo Blázquez, actual Arzobispo de Valladolid, como su Presidente (ya lo fue entre 2005 y 2008, entre los dos mandatos de Antonio María Rouco Varela), leer  (o releer) a cristianos de buena voluntad como Enrique Miret Magdalena, en el año de su centenario.
Nacho Fernández del Castro, 12 de Marzo de 2014

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