«La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él
considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo
que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad.»
(Nelson Rolihlahla MANDELA; Presidente del Congreso Nacional Africano
1991-1997, Premio Nobel de la Paz
1993, Presidente de Sudáfrica 1994-1999, Secretario General del Movimiento de
Países No Alineados 1998-1999; Mvezo, El Cabo, Unión de Sudáfrica, 18 de julio
de 1918 - Johannesburgo, Gauteng, Sudáfrica,
5 de diciembre de 2013. Long walk to
freedom: The autobiography of Nelson Mandela
–El largo camino hacia la
libertad-, 1994 -1995
para la primera edición en castellano-.)
Pero, claro, está el pequeño problema del dolor... Fenómenos como el aumento de la esperanza de vida (ya
frenado, aquí y ahora, por los ajustes neoliberales en materia de salud) hacen
que, con frecuencia creciente. los procesos de transición hacia la muerte conlleven deterioros físicos muy
dolorosos (y, entre los recortes sanitarios, el copago de los medicamentos, el
ataque a las pensiones públicas, la desatención institucional a la dependencia y
las acusaciones de asesinato a quienes propugnan la sedación como alivio, aún a
riesgo de acelerar el cocaso, no parece que la casta política esté muy dispuesta a facilitar la ataraxia en los instantes postreros). Se
trata, pues, de afrontar esa promoción
institucional efectiva del dolor postrero, mal disimulada a veces bajo tópicos cristianos (“cada cual debe
cargar con su cruz”, “todos venimos a sufrir en este valle de lágrimas”, “que
Dios no te dé todos los padecimientos que puedas soportar!”,...) elevados a la
categoría de prontuario para el ejercicio
de la buena ciudadanía, desde una rebeldía activa que exija y desarrolle la
aplicación de los instrumentos paliativos
médicamente disponibles para, primero, potenciar la calidad de vida y, por
fin, evitar padecimientos absurdos.
Y aún hay una segunda cuestión que incomoda
ese caminar hacia la muerte: la conformidad entre los actos y los discursos
personales, porque sólo desde ella uno puede hacer el mutis definitivo con la
sensación de no haberse dejado demasiadas cosas en el tintero, de haber
contribuido en la medida de sus fuerzas y posibilidades a que el mundo fuera un
poco mejor, de haber culminado algo por muy provisional que fuere (claro que
esto a Epicuro, refugiado en su jardín con los colegas para evitar al máximo el
roce de los dolores de ese mundo exterior, poco le importaba ...
Madiba tenía, justamente, esa sensación de haber
cumplido con su pueblo y con el mundo, y la medicina hizo el resto para que su
largo adiós fuera, dentro de lo que cabe, tranquilo. Porque es probable que
algunos recientes pesares íntimos, como la muerte de su nieta durante el
mundial de fútbol en su país, fuesen más eficaces antídotos contra el dolor moral de las peleas y corruptelas
que se extendían en su partido y en su familia que los propios sedantes.
Nacho Fernández del Castro, 11 de Diciembre de 2013
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