miércoles, 11 de diciembre de 2013

Pensamiento del Día, 11-12-2013



«La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad.»
 (Nelson Rolihlahla MANDELA; Presidente del Congreso Nacional Africano 1991-1997, Premio Nobel de la Paz 1993, Presidente de Sudáfrica 1994-1999, Secretario General del Movimiento de Países No Alineados 1998-1999; Mvezo, El Cabo, Unión de Sudáfrica, 18 de julio de 1918 - Johannesburgo, Gauteng, Sudáfrica, 
5 de diciembre de 2013. Long walk to freedom: The autobiography of Nelson Mandela 
–El largo camino hacia la libertad-, 1994 -1995 para la primera edición en castellano-.)
El temor a la muerte, ya lo decía Epicuro, es totalmente irracional...  Decía el hedonista de Samos que cuando la vida está presente, la muerte no; y, por contra, cuando la muerte hace acto de presencia, es la vida la que se ausenta. Así que es el del ocaso una asunto por el que no cabe preocuparse demasiado.
Pero, claro, está el pequeño problema del dolor... Fenómenos como el aumento de la esperanza de vida (ya frenado, aquí y ahora, por los ajustes neoliberales en materia de salud) hacen que, con frecuencia creciente. los procesos de transición hacia la muerte conlleven deterioros físicos muy dolorosos (y, entre los recortes sanitarios, el copago de los medicamentos, el ataque a las pensiones públicas, la desatención institucional a la dependencia y las acusaciones de asesinato a quienes propugnan la sedación como alivio, aún a riesgo de acelerar el cocaso, no parece que la casta política esté muy dispuesta a facilitar la ataraxia en los instantes postreros). Se trata, pues, de afrontar esa promoción institucional efectiva del dolor postrero, mal disimulada a veces bajo tópicos cristianos (“cada cual debe cargar con su cruz”, “todos venimos a sufrir en este valle de lágrimas”, “que Dios no te dé todos los padecimientos que puedas soportar!”,...) elevados a la categoría de prontuario para el ejercicio de la buena ciudadanía, desde una rebeldía activa que exija y desarrolle la aplicación de los instrumentos paliativos médicamente disponibles para, primero, potenciar la calidad de vida y, por fin, evitar padecimientos absurdos.
Y aún hay una segunda cuestión que incomoda ese caminar hacia la muerte: la conformidad entre los actos y los discursos personales, porque sólo desde ella uno puede hacer el mutis definitivo con la sensación de no haberse dejado demasiadas cosas en el tintero, de haber contribuido en la medida de sus fuerzas y posibilidades a que el mundo fuera un poco mejor, de haber culminado algo por muy provisional que fuere (claro que esto a Epicuro, refugiado en su jardín con los colegas para evitar al máximo el roce de los dolores de ese mundo exterior, poco le importaba ...
Madiba tenía, justamente, esa sensación de haber cumplido con su pueblo y con el mundo, y la medicina hizo el resto para que su largo adiós fuera, dentro de lo que cabe, tranquilo. Porque es probable que algunos recientes pesares íntimos, como la muerte de su nieta durante el mundial de fútbol en su país, fuesen más eficaces antídotos contra el dolor moral de las peleas y corruptelas que se extendían en su partido y en su familia que los propios sedantes.
Nacho Fernández del Castro, 11 de Diciembre de 2013

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