«Ella le decía que se estaba volviendo muy duro, intratable, limitado en
su forma de pensar, y él no le respondía, porque no había nada que discutir. Lo
que realmente importaba no era si se había convertido en todo aquello, sino
saber si había cambiado para bien o para mal.»
(Dennis LEHANE; Dorchester,
Boston, Massachusetts, Estados Unidos, 4 de agosto de 1965. Mystic River,
2001 -2009 para una edición en castellano-.)
De hecho lo que
realmente es una construcción problemática
(cuando no una exageración) es la de la continuidad
del yo, pues se basa en la atribución
de una identidad intangible a una entidad
psicofisiológica en constante transformación... ¿Quién tiene las mismas
característica físicas en la adolescencia, en la madurez y en la ancianidad?,
¿alguien puede sentirse igual en las tres épocas de la vida?, ¿quién puede ver el mundo y pensar de forma idéntica durante todas ellas?.
Si analizamos
cuidadosa y sinceramente nuestra vida, por mucho que nos consideremos “gente de
principios”, pocas conexiones encontraremos entre nuestra manera de sentir y pensar las cosas aquí y ahora,
y la que teníamos hace veinte años (no digamos ya entre nuestras capacidades y
disposiciones para correr, saltar o aventurarnos en los más ignotos territorios).
Ello no quiere
decir que debamos arrepentirnos de nada, pues, por un lado, “quien se arrepiente des doblemente
miserable”, que bien decía Spinoza, y, por otro, como mínimo nos
encontramos en momentos sustancialmente
distintos de un yo (sometido a una multitud de experiencias nuevas y
decisivas) incardinado en mundos
esencialmente diversos.
Nacho Fernández del Castro,
16 de Diciembre de 2013
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