lunes, 16 de diciembre de 2013

Pensamiento del Día, 16-12-2013



«Ella le decía que se estaba volviendo muy duro, intratable, limitado en su forma de pensar, y él no le respondía, porque no había nada que discutir. Lo que realmente importaba no era si se había convertido en todo aquello, sino saber si había cambiado para bien o para mal.»

 (Dennis LEHANE; Dorchester, Boston, Massachusetts, Estados Unidos, 4 de agosto de 1965. Mystic River, 2001 -2009 para una edición en castellano-.)
La gente cambia... Cambiamos siempre, continuamente.

De hecho lo que realmente es una construcción problemática (cuando no una exageración) es la de la continuidad del yo, pues se basa en la atribución de una identidad intangible a una entidad psicofisiológica en constante transformación... ¿Quién tiene las mismas característica físicas en la adolescencia, en la madurez y en la ancianidad?, ¿alguien puede sentirse igual en las tres épocas de la vida?, ¿quién puede ver el mundo y pensar de forma idéntica durante todas ellas?.

Si analizamos cuidadosa y sinceramente nuestra vida, por mucho que nos consideremos “gente de principios”, pocas conexiones encontraremos entre nuestra manera de sentir y pensar las cosas aquí y ahora, y la que teníamos hace veinte años (no digamos ya entre nuestras capacidades y disposiciones para correr, saltar o aventurarnos en los más ignotos territorios).

Ello no quiere decir que debamos arrepentirnos de nada, pues, por un lado, “quien se arrepiente des doblemente miserable”, que bien decía Spinoza, y, por otro, como mínimo nos encontramos en momentos sustancialmente distintos de un yo (sometido a una multitud de experiencias nuevas y decisivas) incardinado en mundos esencialmente diversos.

Por eso, lo decisivo nunca puede ser dilucidar si hemos cambiado o no, porque no cambiar sería una verdadera anomalía psicofisiológica.... Lo decisivo es siempre averiguar cómo y hacia dónde hemos cambiado.
Nacho Fernández del Castro, 16 de Diciembre de 2013

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