«La historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni
camino, ni línea. Hay vastos pasajes donde se insinúa que alguien hubo, no es
cierto, no hubo nadie.»
(Marguerite Donnadieu. conocida por el pseudónimo literario de Marguerite DURAS;
Gia Dinh,
Vietnam, 4 de abril de 1914 – París, Francia, 3 de marzo de 1996. L’Amant –El
amante-, 1984 -también para
la primera edición en castellano-.)
No hay biografías
lineales ni progresivas, sino simplemente tiempos y lugares más o menos amplios
en los que es “como si” se diese la continuidad
de algún yo. Pero es mera ilusión,
porque ese yo sólo puede definirse precisamente
“desde afuera”, es decir, en relación y por confluencia con esos tiempos y
lugares (y los seres que los pueblan).
Pero bueno, en realidad, también la gran Historia (de pueblos, territorios
y naciones; de civilizaciones y mundos) es una exageración... El relato que personas
extrañas (extemporáneas) hacen de momentos y lugares que nunca han vivido... Una
narración que exige una continuidad impostada y que, siempre y en cualquier
caso, sobrevuela las gentes de a pie que sí estuvieron en ese rincón a esa hora...
Por ejemplo, ¿podemos sentirnos partícipes de las actuaciones constituyentes
del Parlamento postfranquista?. Evidentemente no, yo por lo menos nos... Porque
esa Historia de la Transición
construída sobre la voluntad
de consenso y olvido de un pueblo me es
totalmente ajena, Y, además, es falsa. En realidad es el relato dictado por los
propios “padres de la
Constitución” (y las élites a las que representaban) para
salvar el negocio. Y de ahí la atribuida continuidad: se trataba de garantizar
la continuidad de un estado de cosas “naturalizándolo” (porque ya no
quedaría muy propio buscarle fundamentos supramundanos). Y así estamos.
Nacho Fernández del Castro,
3 de Diciembre de 2013
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