«Cuando salí de la cárcel ésa era mi misión:
liberar tanto al oprimido como al opresor. Hay quien dice que ese objetivo ya
ha sido alcanzado, pero sé que no es así. La verdad es que aún no somos libres;
solo hemos logrado la libertad de ser libres, el derecho a no ser oprimidos.
Ser libre no es simplemente desprenderse de las cadenas, sino vivir de un modo
que respete y aumente la libertad de los demás.»
(Nelson
Rolihlahla MANDELA; Presidente
del Congreso Nacional Africano 1991-1997, Premio Nobel de la Paz 1993, Presidente de Sudáfrica
1994-1999, Secretario General del Movimiento de Países No Alineados 1998-1999;
Mvezo,
El Cabo, Unión de Sudáfrica, 18 de julio de 1918 - Johannesburgo, Gauteng,
Sudáfrica,
5 de diciembre de 2013. Long walk to
freedom: The autobiography of Nelson Mandela
–El largo camino hacia la
libertad-, 1994 -1995
para la primera edición en castellano-.)
Nadie puede, en definitiva, ser libre en un mundo esclavo, pues al menos estará preso de su propia falsa conciencia (de libertad).
Y es que, por mucho que la libertad sea también una sensación, una forma de sentirse en un lugar y en un tiempo, en un contexto y
junto a otras personas (“eres mi libertad”
le dice con frecuencia el enamorado a su amada, o viceversa, en un paradójico
reconocimiento de la gozosa aceptación de los límites impuestos por un deseo
exclusivo), la esencia de la libertad
parece alejarse bastante de la multiplicación
consumista de opciones en los mercados, de la posibilidad de elegir una u
otra marca política registrada cada
cuatro años o de no tener coacciones excesivas a la hora de decidir sobre los
derroteros de la propia vida...
Todo eso, aspectos más bien formales, condiciones de posibilidad, requisitos
previos, circunstancias sine qua non es
posible la libertad de actuación, externa, poco dicen tanto del sentimiento (interno) de libertad como
de la necesidad de la universalización de
la libertad.
Nacho Fernández del Castro,
8 de Diciembre de 2013
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