«...El hogar es el refugio,
del amor,
del júbilo, de la paz, y mucho más, donde
soportando y soportando, refinados amigos
y queridos parientes se unen en la felicidad...»
(James THOMSON; Ednam,
Roxburghshire, Escocia, 11 de septiembre de 1700 – 27 de agosto de 1748. Versos de The Seasons –Las
Estaciones-, 1726-1730.)
A veces, muchas veces, en medio de la vorágine de una vida a la que cada día cuesta más
encontrarle sentido alguno, uno
siente la irresistible tentación del hogar
como refugio... Ese espacio definido
por las propias tareas cotidianas, sólo interrumpidas por la invasión efímera e
inconstante de las amistades más o menos refinadas y la parentela más o menos
querida.
Un espacio, en
fin, en el que la costumbre (y hasta,
si se me apura, el tedio saludable)
se convierten en agente fundamental de la felicidad
personal y colectiva (al menos, de la pequeña
comunidad familiar).
Único ámbito
propicio para la paz, el amor y hasta el júbilo (aunque sea ocasional), en medio de un mundo caótico y hostil, el hogar se torna en sí mismo como parapeto
para la resistencia frente a la opresión globalizada.
Sí, no deja de ser
paradójico que la opresión deje casi como única instancia de disidencia universal el rincón, por excelencia, de lo particular... Pero así es.
Así que cultivemos
las virtudes hogareñas... Porque en
ellas está, aquí y ahora, la semilla de una verdadera actitud antisistema.
Nacho Fernández del Castro, 13 de Diciembre de 2013
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