domingo, 8 de diciembre de 2013

Pensamiento del Día, 7-12-2013



«No nací con hambre de libertad, nací libre en todos los aspectos que me era dado conocer. Libre para correr por los campos cerca de la choza de mi madre, libre para nadar en el arroyo transparente que atravesaba mi aldea (...). Solo cuando empecé a comprender que mi libertad infantil era una ilusión, cuando descubrí, siendo joven, que mi libertad ya me había sido arrebatada, fue cuando empecé a añorarla
 
  (Nelson Rolihlahla MANDELA; Presidente del Congreso Nacional Africano 1991-1997, Premio Nobel de la Paz 1993, Presidente de Sudáfrica 1994-1999, Secretario General del Movimiento de Países No Alineados 1998-1999; Mvezo, El Cabo, Unión de Sudáfrica, 18 de julio de 1918 - Johannesburgo, Gauteng, Sudáfrica, 
5 de diciembre de 2013. Long walk to freedom: The autobiography of Nelson Mandela 
–El largo camino hacia la libertad-, 1994 -1995 para la primera edición en castellano-.)
Realmente la infancia, al menos la infancia más rural, es ya el único reino de la libertad... Después, poco a poco, uno va tomando conciencia, incluso en los países que se llaman “democráticos” (sobre todo en los países que se llaman democráticos), de que, si bien no hay un régimen de apartheid explícito e institucionalizado como el que tuvo que sufrir Madiba, nuestra única libertad será la que nos concedan unos mercados en plena expansión para el dominio, control y gestión de todas los ámbitos de la sociedad...  
Es decir, primero se va mercantilizando la política (ofreciendo unas marcas registradas como partidos que, en realidad, representan a unas élites económicas, y pueden ser elegidas en sufragio de tal modo que, a quien no le guste el resultado global de la elección, es decir, la marca resultante, pueda cambiar su voto, como si de comprar una u otra marca de refrescos de cola se tratase, en el sufragio siguiente) para que no sorprenda demasiado cuando ésta (la parte de la casta política con posibilidades reales de gobierno por representar a los grupos de interés económico socialmente hegemónicos) comience a mercantilizar los derechos básicos de la ciudadanía: la educación, la salud, las pensiones, la atención a la dependencia...
Uno, si tiene suerte en la vida, podrá a llegar a considerarse, como recogía un chiste del genial Forges, “libre de elegir el banco que le exprima, la cadena de televisión que le embrutezca, la petrolera que le esquilme, la comida que le envenene, la red de telefonía que le time, el informador que le desinforme, y la opción política que le desilusione”...
Por desgracia, mucha gente, cada día más, no podrá llegar a tanto y  ni siquiera podrá elegir la razón o característica por la que será socialmente excluida.
O sea, que no habrá una política institucional manifiesta de segregación racial, pero sí una construcción social generadora de imaginarios colectivos que naturalizan los procesos de exclusión relativos a las variables más variopintas, fluctuantes y aleatorias.
Un mecanismo, por cierto, muy útil para ejercer el control social por su inmensa capacidad para generar miedo... Porque, al fin y al cabo, excluida, en una momento dado, pude ser cualquier persona.
Al fin y al cabo, buena parte de los dirigentes mundiales que ahora cantan las bondades éticas y políticas de Rolihlahla, el rebelde, ante su tumba, también lo consideraban un terrorista cuando fue encarcelado.
Nacho Fernández del Castro, 7 de Diciembre de 2013

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