jueves, 27 de febrero de 2014

Pensamiento del Día, 27-2-2014



«En esa época había, en la ciudad de Boston un club llamado el Club Athenaeum, y a ese club pertenecían aquellos cuyos apellidos estaban vinculados estrechamente con la historia de la ciudad. Con los lejanos días de Emerson y de Thoreau.



Hombres como el rector de la universidad, que decidió finalmente la suerte de Sacco y Vanzetti, eran miembros de la comisión directiva de este club. Una institución en que nunca había logrado penetrar un extranjero, un nuevo rico, un judío o un negro.



En la mañana siguiente a la ejecución el 23 de agosto de 1927, se descubrió que había sido insertada una hoja de papel en todos los diarios y revistas de la sala de lectura del aristocrático club.



Y en cada una de las hojas se leían las siguientes palabras: “En este día, Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti, soñadores en la hermandad de los hombres que esperaron poder encontrarla en los



Estados Unidos, fueron cruelmente asesinados por los hijos de aquellos que hace mucho tiempo huyeron a esta tierra de esperanza y libertad.”.»



 (Howard Melvin FAST; Nueva York, 11 de noviembre de 1914 - Connecticut, 12 de marzo de 2003. “Epílogo” de The passion of Sacco and Vanzetti, a New England legend –La pasíon de Sacco y Vanzetti. 
Una leyenda de la Nueva Inglaterra-, 1953 -2000, por ejemplo, para una edición en castellano-.)



Es lo que tienen los clubs más selectos (acaso por eso Marx, Groucho, no quería formar parte de ninguno que estuviese dispuesto a aceptarlo como socio)...  Uno, díscolo y rebelde por naturaleza, siempre va tener la tendencia a sentirse también parte de los colectivos rechazados: negro aunque no sea negro, mujer aunque no sea mujer, judío aunque no sea judío, extranjero aunque no sea extranjero, homosexual aunque no sea homosexual, nuevo rico (o nuevo pobre) aunque no sea rico (ni pobre)...



Y es que formar parte de la minoría hegemónica (y, probablemente, bien pensante) es a fin de cuentas un acto de la voluntad dispuesta a velar por las tradiciones y convenciones más arraigadas. O dicho de otro modo, es formar parte de los guardianes de las reliquias y vestigios del pasado sobre las que se construyen los discursos y los imaginarios históricos de los vencedores...



Un aburrimiento, vamos. Así que no es extraño que hasta en sus filas acaben por aparecer manos disidentes que, aunque sea en secreto, ensalcen los sueños de hermandad de quienes siempre pierden y desdeñen el ufano paternalismo asesino de quienes siempre ganan.



Es, al menos, un precario soplo de justicia poética.
Nacho Fernández del Castro, 27 de Febrero de 2014

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