domingo, 9 de febrero de 2014

Pensamiento del Día, 9-2-2014



«¿Se desprende de esto que rechazo toda autoridad?. Lejos de mí ese pensamiento. Cuando se trata de zapatos, prefiero la autoridad del zapatero; si se trata de una casa, de un canal o de un ferrocarril, consulto la del arquitecto o del ingeniero. Para esta o la otra ciencia especial me dirijo a tal o cual sabio. Pero no dejo que se impongan a mí ni el zapatero, ni el arquitecto, ni el sabio. Les escucho libremente y con todo el respeto que merecen su inteligencia, su carácter, su saber, pero me reservo mi derecho incontestable de crítica y de control. No me contento con consultar una sola autoridad especialista, consulto varias; comparo sus opiniones, y elijo la que me parece más justa. Pero no reconozco autoridad infalible, ni aún en cuestiones especiales; por consiguiente, no obstante el respeto que pueda tener hacia la honestidad y la sinceridad de tal o cual individuo, no tengo fe absoluta en nadie. Una fe semejante sería fatal a mi razón, la libertad y al éxito mismo de mis empresas; me transformaría inmediatamente en un esclavo estúpido y en un instrumento de la voluntad y de los intereses ajenos.»
 (Mijaíl Aleksándrovich BAKUNIN; Priamújino, Tver, Imperio Ruso, 30 de mayo de 1814 - Berna, Suiza, 
13 de junio de 1876. Dieu et l'état  Dios y el Estado-, escrito fragmentariamente a principios de 1871 y publicado por primera vez en francés en 1882 -1992, por ejemplo, para una edición en castellano-.)
Todo el reconocimiento preciso al saber de quienes son especialistas en tal o cual materia...  ¿Cómo concebir que se pueda plantear una construcción de cualquier tipo sin contar con especialistas en arquitectura o el aprovechamiento de determinados recursos naturales sin tener en cuenta las propuestas de especialistas en la ingeniería correspondiente y en economía?.
Pero, claro, ni la opinión de las personas más diestras en la construcción de edificios puede determinar la necesidad o no de los mismos o los criterios últimos de pertinencia y adecuación a sus usos; al igual que quienes se muestren más eficaces en tal o cual ingeniería o en la planificación de explotaciones de recursos naturales no renovables no pueden tener la última palabra en la determinación de la conveniencia o no de explotar un yacimiento, en cómo hacerlo o en la manera de manejar y distribuir los potenciales rendimientos o las posibles cargas derivadas.
Porque esos son temas que atañen a toda la sociedad, a la colectividad en su conjunto... Y es una obligación inherente a la libertad de cada cual vincularse a esos procesos comunes de decisión, políticos (en el mejor sentido del término), construyendo una opinión informada (a partir del saber de especialistas) sobre ellos y haciéndola valer en la toma de decisión política a la vez que ejerce el derecho y el deber ciudadanos de control sobre los intereses subyacentes a las propias valoraciones expertas y a quienes han de ejecutar, desde el poder político formal, las decisiones adoptadas.
Sin esa corresponsabilidad ciudadana que, partiendo del reconocimiento de los saberes especiales, los desborda en una participación abierta en los asuntos públicos no hay sociedad libre ni democracia que merezca tal nombre.
Lamentablemente, estamos justo en todo lo contrario... Son los intereses de los poderosos los que dictan los informes de supuestos avalistas con sabiduría específica sin que nadie los controle... Porque el pueblo llano se conforma con seguir eligiendo cada cierto tiempo a quienes representarán en el teatro de sombras parlamentario y gubernamental su más o menos explícito papel de testaferros de esos intereses de dominio.
Y así nos va... Llenos de edificios fallidos, sin sentido ni función, levantados con el dinero de todos o de explotaciones socialmente inútiles porque sólo a unos pocos benefician. Llenos, en suma, de las excrecencias del sistema (vamos, de su mierda), en una sociedad de mierda.
Nacho Fernández del Castro, 9 de Febrero de 2014

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