«La
cocina me producía ese efecto. La mente no se perdía en los complejos
vericuetos del pensamiento. Se ponía al servicio de los olores, del gusto. Del
placer. [...]Su bullabesa era una de
las mejores de Marsella. Rescasa, gallineta, san pedro, rape, araña, pagel,
doncella…Algún cangrejo y, si venía bien, una langosta. Sólo pescado de roca.
No como lo que le echaban a otras. Y luego, para la rouille, tenía un ingenio muy suyo para ligar el ajo, el pimiento,
la patata y la carne de erizo. Pero la bullabesa
no la tenían nunca en el menú. Había que llamar con regularidad, para saber
cuándo la iban a hacer. Porque para hacer una buena bullabesa se requerían al menos siete u ocho comensales. Para
hacerla abundante y ponerle el mayor número de especias y de pescados posibles.»
(Jean-Claude
IZZO; Marseille, Francia, 20 de junio de 1945 - 26 de enero de
2000. Chourmo, 1996
-2004
para la primera edición en castellano-.)
Y, por ello, debemos desconfiar siempre de
quienes, navegando sólo con la brújula de etéreas
ideas, voluntades de negocio y
rendimiento o sumisas adecuaciones a
la dictadura de la sociedad del espectáculo (que incluye el fast food), jamás se han preocupado por
cocinar algo (o saber, por lo menos, cómo se cocina) y comen “cualquier cosa”
sin ninguna intención de saborearlo ni estimular
su sentido del gusto.
No significa esto, por supuesto una apuesta rendida
por ese tipo de cocina que, a base de
convertirse ella misma en espectáculo
(pretendiendo, por ejemplo, tornarse en arte),
ha puesto lo cool por encima de lo básico,
lo estético (grotesco, entre naif y kitsch, tantas veces) por delante de lo sabroso.
Porque cocinar y comer son actividades que
fundan precisamente su preeminencia humana en el carácter universal de las mismas, en su dimensión transversal a culturas y civilizaciones, a sexos y géneros, a clases sociales
y paisajes... Cocinar hizo al hombre,
titulaba su ensayo de 1980 el biólogo materialista Faustino Cordón; y, en
efecto, la cocina (y la ingesta de lo cocinado) aparecen como una actividad
clave en el proceso de hominización como
ya habían intuido los clásicos más remotos (bien decía Hesíodo. entre los
siglos VIII y VII a.N.E., que “el hombre
es un animal que come pan”).
¡Buen provecho!.
Nacho Fernández del Castro, 14 de Septiembre de 2013
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