sábado, 14 de septiembre de 2013

Pensamiento del Día, 14-9-2013



«La cocina  me producía ese efecto. La mente no se perdía en los complejos vericuetos del pensamiento. Se ponía al servicio de los olores, del gusto. Del placer. [...]Su bullabesa era una de las mejores de Marsella. Rescasa, gallineta, san pedro, rape, araña, pagel, doncella…Algún cangrejo y, si venía bien, una langosta. Sólo pescado de roca. No como lo que le echaban a otras. Y luego, para la rouille, tenía un ingenio muy suyo para ligar el ajo, el pimiento, la patata y la carne de erizo. Pero la bullabesa no la tenían nunca en el menú. Había que llamar con regularidad, para saber cuándo la iban a hacer. Porque para hacer una buena bullabesa se requerían al menos siete u ocho comensales. Para hacerla abundante y ponerle el mayor número de especias y de pescados posibles.»
 (Jean-Claude IZZO; Marseille, Francia, 20 de junio de 1945 - 26 de enero de 2000. Chourmo, 1996 
-2004 para la primera edición en castellano-.)
Cocinar y comer son dos exponentes primordiales de la primacía de lo inmediato, de lo que está ligado a las condiciones de posibilidad de la vida, de lo concreto, de lo terreno... De lo sensorial.

Y, por ello, debemos desconfiar siempre de quienes, navegando sólo con la brújula de etéreas ideas, voluntades de negocio y rendimiento o sumisas adecuaciones a la dictadura de la sociedad del espectáculo (que incluye el fast food), jamás se han preocupado por cocinar algo (o saber, por lo menos, cómo se cocina) y comen “cualquier cosa” sin ninguna intención de saborearlo ni estimular su sentido del gusto.

No significa esto, por supuesto una apuesta rendida por ese tipo de cocina que, a base de convertirse ella misma en espectáculo (pretendiendo, por ejemplo, tornarse en arte), ha puesto lo cool por encima de lo básico, lo estético (grotesco, entre naif y kitsch, tantas veces) por delante de lo sabroso.

Porque cocinar y comer son actividades que fundan precisamente su preeminencia humana en el carácter universal de las mismas, en su dimensión transversal a culturas y civilizaciones, a sexos y géneros, a clases sociales y paisajes... Cocinar hizo al hombre, titulaba su ensayo de 1980 el biólogo materialista Faustino Cordón; y, en efecto, la cocina (y la ingesta de lo cocinado) aparecen como una actividad clave en el proceso de hominización como ya habían intuido los clásicos más remotos (bien decía Hesíodo. entre los siglos VIII y VII a.N.E., que “el hombre es un animal que come pan”).

Apostemos, pues, por la cocina (y la comida subsiguiente) como actividades cuidadas, calmadas y respetuosas como corresponde a su importancia vital... Slow food, sin dogmas, decálogos, sectas ni certificaciones, frente a la inhumanidad del fast food... Porque, además, supone un principio inmediato de aproximación al mundo (del que recibimos productos para transformarlos con amoroso calor), a nosotros mismos (relajando tensiones y desarrollando habilidades) y a los demás (que compartirán nuestra mesa)... Cocinar, de ese modo, es una tarea solidaria realizada para colectivizar lo cocinado.

¡Buen provecho!.
Nacho Fernández del Castro, 14 de Septiembre de 2013

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