«Siempre que Henry Wilt sacaba al perro a pasear o, para ser
más precisos, cuando el perro le sacaba a él, o, para ser exactos, cuando la
señora Wilt les decía a ambos que se fuesen de casa para que ella pudiese hacer
sus ejercicios de yoga, Henry siempre seguía la misma ruta. De hecho el perro
seguía la ruta yWilt seguía al perro.»
(Thomas, Tom,
Ridley SHARPE; Londres, Gran Bretaña, 30 de marzo de 1928 - Llafranch,
Girona, España,
6 de junio de 2013. Inicio de Wilt, 1976.)
En realidad, tal acercamiento popular a nuestra esencia específica, sólo hace referencia
a que los humanos, cada ser humano, seguimos
diversas voluntades ajenas que,
con frecuencia y reiteración, determinan
nuestros actos más cotidianos. Un jefe o una jefa, una mater o un pater familias
o una encantadora mascota pueden imponernos el madrugón o el noctambulismo
cotidianos, la persistencia diaria en tal o cual recorrido urbano y hasta
determinados gestos y expresiones. Y, ya se sabe, el que se comporta como no es acaba por ser como se comporta.
Así que es más que probable que lo que al
principio era una imposición externa,
de tanto aceptarla y seguirla, acabe configurando nuestro gusto interno. O sea, que decir que somos animales de costumbres no es mucho más que afirmar que somos seres
sometidos a directrices externas y capeces de interiorizarlas como gustos propios (acaso para evitar
cualquier tentación de rebeldía, de autocrítica, de pensamiento autónomo).
Tom Sharpe lo supo señalar con gran ironía a través
de su inmortal Wilt... Por desgracia ya no podrá seguir haciéndolo. A nosotros
nos toca ahora enmendar la plana de tan domado y comodón personaje, mostrando
lo que somos y queremos frente a quienes, con tanta desvergüenza ufana, tratan
de vendernos esto como el mejor de los
mundos posibles. Porque sabemos que no lo es.
Nacho Fernández del Castro, 7 de Septiembre de 2013
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