«Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A
veces apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni
tiempo tenía para decirme: “Ya me duermo”. Y media hora después despertábame la
idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se
me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de un soplo la luz; durante mi
sueño no había cesado de reflexionar sobre lo recién leído, pero era muy
particular el tono que tomaban esas reflexiones, porque me parecía que yo
pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V. Esta
figuración me duraba aún unos segundos después de haberme despertado: no
repugnaba a mi razón, pero gravitaba como unas escamas sobre mis ojos sin dejarlos
darse cuenta de que la vela ya no estaba encendida. Y luego comenzaba a
hacérseme ininteligible, lo mismo que después de la metempsicosis pierden su
sentido, los pensamientos de una vida anterior; el asunto del libro se
desprendía de mi personalidad y yo ya quedaba libre de adaptarme o no a él; en
seguida recobraba la visión, todo extrañado de encontrar en torno mío una
oscuridad suave y descansada para mis ojos, y aun más quizá para mi espíritu, al
cual se aparecía esta oscuridad como una cosa sin causa, incomprensible,
verdaderamente oscura. Me preguntaba qué hora sería; oía el silbar de los
trenes que, más o menos en la lejanía, y señalando las distancias, como el canto de un pájaro en el bosque, me describía
la extensión de los campos desiertos, por donde un viandante marcha de prisa
hacía la estación cercana; y el caminito que recorre se va a grabar en su recuerdo
por la excitación que le dan los lugares nuevos, los actos desusados, la charla
reciente, los adioses de la despedida que le acompañan aún en el silencio de la
noche, y la dulzura próxima del retorno.»
(Marcel PROUST; Auteuil, París,
Francia, 10 de julio de 1871 - París, 18 de noviembre de 1922.
Inicio de Du
côté de chez Swann - Por el camino de
Swann-, 1913, primer
volumen de
À la recherche du temps
perdu –En busca del tiempo perdido-, 1913-1927
-1998, por
ejemplo, para una de las muchas ediciones en castellano- .)
Mucha gente desearía que, en cualquier
instante, en una suerte de metempsicosis,
nos despertásemos del negro sueño de esta crisis/estafa
con la sensación de que nuestras
vivencias del oprobio globalizado son totalmente ajenas y extrañas... Con
la necesidad (y la voluntad) de recuperar nuestro entorno como algo absolutamente nuevo y acogedor
para otras formas de ser y actuar
que, en sus sencillez prístina y sin dobleces, aparecieran ante nuestros ojos todavía
confusos como excitantemente encantadoras, prendidas en el deleite por el descubrimiento de rincones desconocidos y la exploración de comportamientos nada convencionales.
Y
es que lo bien conocido y las convenciones más asentadas nos están
dando demasiados quebraderos de cabeza como para desear que se prolonguen
eternamente. Por eso, a veces, bajo el hartazgo y el cansancio de este mundo, desde la frustración y la congoja
por tantas derrotas pequeñas y
grandes, desearíamos acostarnos tempranos en un lecho que, lejos de nuestra
propia realidad, nos permitiese sumirnos
en otras existencias hasta dormirnos... Y despertar comprobando entre
brumas que ya, en efecto, otro mundo ha
sido posible.
Nacho Fernández del Castro, 13 de Marzo de 2013
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