«La verdadera prosperidad de un pueblo, como la
verdadera nobleza de los individuos, está basada en la educación. No necesito
señalar su penetración y cuáles son los obstáculos a la difusión de la
enseñanza. Se quiere al país sumido en la ignorancia para dominarlo mejor.»
(Juana Paula
MANSO; Buenos Aires, Argentina, 26 de junio de 1819 – 24 de abril
de 1875.
La Escuela de Flores, 1865.)
Acaso siempre ha sido igual... Tal vez siempre
los poderosos, sus representantes políticos
y sus voceros mediáticos se han ocupado de mantener a las buenas gentes en
la ignorancia para tornarlas más
sumisas... Quizás siempre han utilizado todos los instrumentos a su alcance (desde los medios de comunicación de masas hasta la propia escuela) para elaborar su ideología, disfrazada de papilla
incolora, inodora e insípida a través de cuya ingestión imponían la visión del mundo más conveniente para sus
intereses particulares...
Así
lo intuyó, hace ya un siglo, esa pionera del feminismo y de la educación
emancipatoria en Latinoamérica que fue Juana Manso... Y, sin embargo, su
vida fue una constante lucha por el desarrollo de una escuela vinculada a ese ideal liberador, una escuela abierta a toda persona y capaz de transmitir el conocimiento con voluntad inclusiva.
Ella
vivía, padecía y luchaba contra la discriminación
de la mujer; y hoy, un siglo después, la mujer no sólo está socialmente discriminada (laboralmente,
salarialmente, en la atribución de roles sociales y la valoración de los
mismos, etc.), sino que, además, está socialmente
incriminada... Tras la falsa
emancipación que supuso la masiva
incorporación femenina al mercado laboral, con asunción de una doble jornada (sumando a la alienación específica de su trabajo doméstico no retribuido, la alienación propia del trabajo por cuenta
ajena en el que la realización de
cada trabajadora o trabajador en el producto de su trabajo es enajenada a través de la apropiación de éste por un otro que se hace su dueño a cambio de un salario
hoy menguante), la mujer pasa a ser la víctima propiciatoria (aunque no
exclusiva) del sistema de explotación y
consumo, que “la incrimina” continuamente por no tener nunca las piernas o
las pestañas suficientemente largas, por no ser lo suficientemente sexy o lo suficientemente buena madre, por
no ser lo bastante eficiente en su trabajo y distraerse con sentimentalismos
hogareños... O sea, por cada déficit en lo público o en lo privado que nunca
será reprobado en el caso de los varones.
Varones
(sobre todo) y también féminas somos responsables, pues, de sostener, más o
menos alegremente, esta sociedad (y
sus instrumentos de creación cultural y
transmisión de conocimiento) que discrimina
e incrimina a las mujeres concretas... Hora es, por tanto, de poner en
marcha la tarea colectiva de cambiar las condiciones de la vida concreta
para transformas con ellas nuestras
visones del mundo. Lo demás es folclore y flatus vocis.
Nacho Fernández del Castro, 8 de Marzo de 2013
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