«El señor Paul
Bourget, eunuco por vocación y uno de los aficionados más ilustres al lugar
común, se ha tomado la molestia de recomendar éste. No haré a mis lectores la
ofensa de recordarles el título del importante libro vertebrado por esta
fórmula. Parece muy cierto, en efecto, que los niños no piden tanto. Esa es su
manera de rozar el estado divino, y es por eso, sin duda, por lo que pueden
agradar en ocasiones al alma religiosa del Burgués, que adora por encima de
todo que no se le pida nada.»
(Léon BLOY;
Notre-Dame-de-Sanilhac, Dordoña, Francia, 11 de julio de 1846 - Bourg-la-Reine,
3 de noviembre de 1917. Refiriéndose
al lugar común “Ningún niño pide nacer”
en
Exégèse des lieux communs -Exégesis de los lugares comunes
-, 1902, 1913 -2007 para la última edición completa en castellano-.)
Con voluntad
de asentar las “buenas convenciones” la burguesía
bien pensante reitera su salmodia de lugares
comunes sin sonrojo... Ayer decía, por ejemplo, que “ningún niño pide nacer” (¿acaso las niñas sí?) más convencida del valor intrínseco de cuanto nada pide que del deber
inexcusable de cuidado de una prole
que aún no puede valerse aún por sí misma... Hoy el pensamiento burgués, teñido de
entusiasmo neoliberal, sigue y
extiende su tarea de “naturalizar su
ideología” en base a lugares comunes
tan indemostrables como falaces: “todo lo
público significa despilfarro de
recursos e ineficiencia de servicios”,
“todo lo privado significa ahorro de recursos y eficacia de servicios”, “sólo el espíritu emprendedor hace avanzar las sociedades”, “todo lo que
tiene valor debe ofrecerse en el mercado para, mediante la fijación de su precio de equilibrio, ajustarlo socialmente a sus posibilidades
de negocio”, “sólo los individuos,
y el egoísmo que busca lo mejor para
sí mismo, garantizan el desarrollo de los
pueblos”, “la única función del
Estado debe ser velar por el respeto
de la libertad, entendida, ante todo, como libertad de iniciativa y de empresa”, etc..
Son incomprobables porque, de hecho, en
multitud, de casos se comprueba exactamente lo contrario: con menos recursos
los sectores públicos prestan mejores servicios que los privados (sobre todo,
cuando son poco susceptibles de convertirse en negocio; sólo con espíritu
emprendedor no habría siquiera producción directa que colocar en los mercados...
Son falaces porque pretenden “vender gato por liebre” con pseudoargumentos torticeros: multitud de
cosas, como la salud o la educación, precisamente porque tienen un
gran valor carecen de precio (no son “negociables”); la
confianza en que la resultante del estímulo del egoísmo infividual dará como
resultado la maximización del beneficio social, gracias a la intervención de la
“mano oscura del mercado” es más
propia pensamiento mágico que del
mundo de las “buenas razones”...
Y
es que ya se sabe: la libertad sin
matices de justicia (así, cotidianas,
sin las mayúsculas de esos valores
que las moralinas al uso petrifican),
deriva en la más insolidaria de las desigualdades. Hasta un místico transgresor como León Bloy lo
intuía hace un siglo.
Nacho Fernández del Castro, 5 de Marzo de 2013
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