viernes, 1 de marzo de 2013

Pensamiento del Día, 1-3-2013



«Un hallazgo.
Este relato, episodio, experiencia—como ustedes quieran llamarlo— fue narrado en la década de los cincuenta del pasado siglo por un hombre que, según su propia confesión, tenía en esa época sesenta años. Sesenta años no es mala edad a menos que la veamos en perspectiva, cuando, sin duda, la mayoría de nosotros la contempla con sentimientos encontrados. Es una edad tranquila; la partida puede darse casi por terminada; y manteniéndonos al margen empezamos a recordar con cierta viveza qué estupendo tipo era uno. He observado que, por un favor de la Providencia, muchas personas a los sesenta años empiezan a tener de sí mismas una idea bastante romántica. Hasta sus fracasos encuentran un encanto singular. Y, desde luego, las esperanzas del futuro son una buena compañía, formas exquisitas, fascinantes si quieren, pero —por así decirlo— desnudas, prontas para ser adornadas a nuestro antojo. Las vestiduras fascinantes son, por fortuna, propiedad del inmutable pasado, que sin ellas estaría acurrucado y tembloroso en las sombras
 
 (Józef Teodor Konrad Korzeniowski, más conocido como Joseph CONRAD; Berdyczów, 
entonces Polonia –Ucrania hoy-, 3 de diciembre de 1857 – Bishopsbourne, Inglaterra, 3 de agosto de 1924.  
“The inn of the two witches” –“La posada de las dos brujas”- en Within the tides 
–Dentro de las mareas-, 1913 -2006 para la edición en castellano, titulada  
La posada de las dos brujas y otros relatos-.)
La edad es una cosa curiosa... Los ímpetus confusos de la juventud se tornan, con demasiada frecuencia, en  frustraciones maduras que no deben hacerse “socialmente explícitas”, que deben guardarse cuidadosamente tras unas cuantas capas de apariencia que disimulen los fracasos personales y colectivos, que magnifiquen los mínimos y precarios triunfos.

¡Ah!, pero la llegada a la postmadurez (o la entrada en la prevejez, si se prefiere) supone, con una vida inevitablemente (para bien o para mal) hecha por detrás y la esperanza desnuda de un tiempo abierto por delante, esa tranquilidad que nos sitúa un poco al margen del mundo y sus avatares, con la toma de perspectiva suficiente para analizarlo y proponer mejoras (ajenas, claro, al recetario neoliberal).

.Es, sin duda, el tiempo en el que el pasado, nuestro propio ayer, se redecora con embrujo romántico para sentirnos ya mejores, afirmados en nuestro propio ser y estar por el ornamento con el que abrigamos lo que fue, dotándolo de calor y ternura hasta en los reveses y descalabros... El tiempo, sin embargo, en el que, entre “lamentos de boca pequeña” por un hoy que no ha heredado esos ropajes, nos negamos a vestir a priori un mañana que queremos despojado y claro para poder adornarlo (y, en la medida de lo posible, vivirlo) a nuestro antojo.

Uno, un poco anticipadamente por sus quebrantos de la mirada, camina hacia ese tiempo... Y ¡a fe que no parece mala época!.

Aunque siga con la decidida voluntad de ser y estar en el mundo.
Nacho Fernández del Castro, 1 de Marzo de 2013

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