«En su raciocinio el siervo ignoraba la tierra situada al otro lado de
la granja, dado que había sido propiedad de Pintor. ¿Por qué sacar a la luz el
pasado?. Sería un lamento sin sentido. Mejor pensar acerca del futuro y
albergar esperanza en cuanto a la ayuda divina.
Y Dios había prometido un año afortunado, o al menos Él había cubierto todos los almendros y melocotoneros del valle con flores: y este valle, entre dos hileras de blancas colinas cubiertas con primaveral vegetación, agua, matorrales, flores, junto a las distantes montañas azules al oeste y el mar azul al este, daba la impresión de una cuna que se mece con verdes velos y azules cintas, con el río susurrando monótonamente como un niño durmiente.
Pero los días eran ya demasiado ardientes y Efix también pensaba acerca de las lluvias torrenciales que colmarían el río sin orillas y lo harían saltar como un terrible monstruo. Podría esperar, pero debería estar vigilante, a ver las cañas junto al río arrastrando sus hojas con cada latido del viento como un serio aviso de peligro.
Era ésa la razón por la que había estado trabajando todo el día y ahora, en espera de la noche, tejía una estera para no malgastar su tiempo y en su interior rogaba a Dios que hiciera que su trabajo mereciera la pena. ¿Sería maravilloso disponer de una pequeño terraplén si Dios no lo hubiera hecho tan formidable como una montaña?.»
Y Dios había prometido un año afortunado, o al menos Él había cubierto todos los almendros y melocotoneros del valle con flores: y este valle, entre dos hileras de blancas colinas cubiertas con primaveral vegetación, agua, matorrales, flores, junto a las distantes montañas azules al oeste y el mar azul al este, daba la impresión de una cuna que se mece con verdes velos y azules cintas, con el río susurrando monótonamente como un niño durmiente.
Pero los días eran ya demasiado ardientes y Efix también pensaba acerca de las lluvias torrenciales que colmarían el río sin orillas y lo harían saltar como un terrible monstruo. Podría esperar, pero debería estar vigilante, a ver las cañas junto al río arrastrando sus hojas con cada latido del viento como un serio aviso de peligro.
Era ésa la razón por la que había estado trabajando todo el día y ahora, en espera de la noche, tejía una estera para no malgastar su tiempo y en su interior rogaba a Dios que hiciera que su trabajo mereciera la pena. ¿Sería maravilloso disponer de una pequeño terraplén si Dios no lo hubiera hecho tan formidable como una montaña?.»
(Grazia DELEDDA; Nuoro, Cerdeña,
Italia, 27 de septiembre de 1871 - Roma, 15 de agosto de 1936;
Premio Nobel de Literatura . Canne al vento -Cañas al viento-, 1913 -2013 para la
edición en castellano-.)

“De esta saldremos entre todos”, dicen quienes aseguran representarnos (pero no nos representan, que no), mientras
siguen hundiéndonos cada día un poco más en la miseria... Y mucha gente, con mentalidad
servil, acepta ya la situación como un mal
inevitable, como un destino fatal
ante el que sólo cabe confiar en las acciones
positivas de alguna divinidad bondadosa.
Pero,
¡ay!, tan ilusa confianza nos sitúa,
en realidad, en un nivel infrahumano,
al suponer una renuncia gratuita
(basada en la mera sumisión aprendida)
a nuestra esencia más específica: la capacidad propedéutica, la voluntad planificadora... Y es que no
hay destino fatal o mal inevitable para quien se siente
dotado de aptitudes y actitudes que le permiten e impulsan a repensar y pergeñar el futuro. Un porvenir que, desde luego,
alguien podrá imponernos en función de
sus intereses o de su capricho dominantes (probablemente
camuflados bajo una moral hegemónica),
pero, desde luego, sin contar con nuestra aceptación
callada... O sea, teniendo que doblegar nuestras éticas de la resistencia manifiestas en distintas formas de disidencia.
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