sábado, 9 de marzo de 2013

Pensamiento del Día, 9-3-2013



«La Gran Vía, el sueño dorado de los madrileños, va a ser al fin una realidad. Ya la piqueta ha empezado su labor demoledora y esas viejas y tortuosas calles de Jacometrezo, Horno de la Mata, Carbón, etcétera, son ya totalmente o en parte montones de escombros, por los que en la noche merodean los perros vagabundos. Todo ese antiguo barrio de casas de huéspedes, para estudiantes, de prostíbulos y chirlatas, refugio de vidas miserables y truncadas, de viejas viviendas llenas de chinches y cucarachas, sin luz y sin aire, con toda la suciedad y falta de higiene del Madrid fin de siglo, es ya una ruina lamentable como los seres que albergaba. En su solar, los arquitectos han trazado los contornos de la proyectada Gran Vía, ancha y espaciosa, que por el momento no es sino una larga fila de zanjas profundas y siniestras como osarios...
El paisaje recuerda esas estampas de la guerra, que publican los periódicos gráficos, obtenidas después de un bombardeo, interiores de casas a medio demoler, trozos de alcoba, en las que miles de seres ignorados habrán amado y muerto oscuramente, y que dejan ver su empapelado de un rosa tierno como una desnudez. Toda una intimidad brutalmente violada que no puede mirarse sin algo de rubor y piedad. Esa piqueta nihilista que ha herido de muerte el viejo barrio ha herido también en cierto modo nuestra carne. ¡Cuántos besos nuestros, cuántas caricias locas de nuestra juventud sin amor no han quedado ahí sepultadas bajo los escombros!. ¿Qué habrá sido de aquella muchacha que como una cariátide en la puerta de aquella casa de la Travesía del Carbón nos llamaba al pasar, sonriendo como una novia?... Voy haciendo mentalmente la elegía del viejo barrio doloroso e infame, en tanto paseo lentamente al borde de las inmensas zanjas, abiertas para los cimientos de la nueva calle, por encima de las cuales el pensamiento se remonta al porvenir. De ahí, de esas zanjas, de sus entrañas profundas, maternales, brotarán soberbios edificios, pequeños rascacielos, estilo Nueva York, teatros, cines, bazares magníficos y suntuosos. Pero, por el momento ese espléndido porvenir es sólo un sueño vago y lo que ven los ojos son únicamente esas simas tremendas semejantes a fosas de cementerio como para enterrar a todo una población epidemiada... Dijérase que sobre ellas revolotean los ángeles de la Muerte.
-¿También usted ha venido a curiosear? - Suena una voz bronca a mi lado. Me vuelvo y... es Cubero, el filósofo hampón, sucio y desharrapado como siempre, y como siempre, cargado de librotes y periódicos atrasados... Se diría el genio de estas ruinas.
Guiñando sus ojillos con una siniestra alegría, nihilista, me dice: -¿Verdad que esto está bien?. La piqueta es algo magnífico, como las bombas de los anarquistas... Da gusto ver tantos escombros... Los cronistas sentimentales lloran tinta, por que ya no existe el Café Habanero... ¡Cipote!, ese lugar de juergas para señoritos y grifas... Pero, ¿a mí qué me importa el Habanero, si no tenía perras para ir a él?... ¡Todavía el cafetín de la calle del Carbón!... Allí sí podía uno alguna vez tomarse un chocolate con buñuelos o porras... Pero, ¡no hay pocos cafetines todavía por los barrios bajos!...
Cubero se inclina sobre las zanjas, las sondea con los ojos y parece estremecerse de placer. Si fuese un perro, movería la cola.
-Vea usted..., es magnífico... Qué fosas tan a propósito para enterrar en ellas a tantos cretinos de burgueses, de ateneístas, de poetastros con dinero y sin talento... Aquí cabrían todos esos idiotas cursis que están tan huecos porque Madrid va a tener su Gran Vía... Edificios soberbios, hoteles lujosos, etcétera. ¡Pero a mí qué me importa todo eso!. Yo como en los refugios y duermo en los desmontes... ¡Nos ha fastidiado!. Yo lo que quisiera es que la piqueta derribara no solo este barrio, sino todo Madrid..., y no dejase más que una inmensa fosa, para echar en ella a todos los burgueses de la política y la literatura... A los Azorines y los Baroja y los Unamuno... A todos esos sabios oficiales, catedráticos y profesores como Ortega y Gasset, que viven bien y chupan de la nómina y pasan por sabios porque tienen un título...
-Usted también lo tiene..., ¿no es usted abogado?.
-Sí, para lo que me vale
.»
 (Rafael CANSINOS ASSENS; Sevilla, 24 de noviembre de 1882 – Madrid, 6 de julio de 1964. La novela de un literato: hombres, ideas, efemérides, anécdotas, 1913-1928.)
La atracción de la urbe demolida es casi irresistible... Bajo la acción de la piqueta benemérita el ocaso de lo que fue nuestra vida, nuestros pequeños triunfos y grandes derrotas, nuestros ensayos del amor y gritos del odio, se torna en densa nostalgia, húmeda y tangible.
Y es la ocasión para enterrar, simbólicamente, tantos fantasmas y fantasmones como pululan por la ciudad, por cualquier ciudad. Ellos enturbian la posibilidad misma de la risa, del disfrute, con sus engolamientos y egolatrías, con sus oropeles y su perenne disposición a poner su pluma y sus títulos al servicio de los poderosos.
La piqueta es casi un instrumento de la justicia poética para derruir el tiempo del oprobio desde la nostalgia, y renovar la esperanza en algún futuro por incierto que éste sea.
Por eso, este tiempo de crisis/estafa nos ofrece, con frecuencia, la visión de demoliciones incapaces de reconstruirse a sí mismas (o interrumpidas antes de que pudiesen hacerlo). Porque, al fin y al cabo, su condición inacabada de camino a ninguna parte, perdido en algún monte, o de hogar imposible, abierto a todas las intemperies, es símbolo de cuanto se abre al porvenir como un ramillete diverso de posibilidades no realizadas.
Así que, en este mundo que agoniza en medio del oprobio globalizado, hay que reivindicar la puqueta como un impulso de esperanza.
Nacho Fernández del Castro, 9 de Marzo de 2013

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