«En la penumbra de la estrecha
habitación, en el suelo, junto a la ventana, yace mi padre, más largo que nunca
y envuelto en un lienzo blanco; los dedos de ambos pies se abren de un modo
raro y están engarabitados los de sus manos bondadosas, que descansan
pacíficamente sobre el pecho; sus ojos, siempre tan joviales, están tapados por
los discos negros de sendas monedas de cobre; su apacible semblante está
sombrío, y me dan miedo sus dientes, que asoman como una amenaza.
Mi madre, sólo a medias vestida, con refajo
rojo, está arrodillada en el suelo y, con un peine negro, que me solía servir a
mí para aserrar cáscaras de melón, peina el cabello blando y largo de mi padre,
desde la frente hacia la nuca; entre tanto, no para de hablar entrecortado, con
voz hueca y ronca; tiene hinchados los ojos grises, que parecen enteramente derretirse
cuando las lágrimas fluyen de ellos en gruesas gotas.»

(Alekséi
Maksímovich Peshkov, conocido por el pseudónimo de Maxim GORKI;
Nizhny Nóvgorod, Rusia,
28 de marzo de 1868 - Moscú, Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas, 18 de junio de 1936. Inicio de Детство дней -Días de infancia-, 1913 -1982,
por ejemplo, para la edición española-.)

Desde
luego, el mundo que espera a nuestras
proles no será limpio ni fácil... Por
eso va a ser conveniente que, desde ya, vayan acostumbrándose intensamente a resistir la frustración, vencer la desesperanza y superar los traumas. Porque lo van a
tener especialmente difícil quienes aún han gozado, en sus primeros años, de la
plácida tibieza de los coletazos postreros de la sociedad del cuasibienestar en una atmósfera algodonosa donde nada
parecía poder dañarles y cualquier capricho podía ser satisfecho de
inmediato... Una sociedad blanda, en
fin, que criaba impúberes sin fortaleza
para afrontar los retos de un tiempo
hostil.
Tal
vez alguien pudiese pensar que sería suficiente con hacer que el profesorado de
Lengua y Literatura hiciese una campaña intensiva para fomentar la lectura vivenciada de los grandes
narradores rusos y los realistas y naturalistas franceses que hicieron el tránsito
del siglo XIX al XX... Su despiegue de profundos
dramas humanos, su voluntad de ser
inclemente espejo de las más terribles realidades de su tiempo, los
convierte en una suerte de “lecturas
ejemplares” para el aprendizaje de presencia de ánimo imprescindible en las
horas más difíciles. Pero, ¡ay!, el gusto por el buceo en esas páginas (tan
ajenas a los oropeles, cantos y penurias
de cartón-piedra dolbydigitalizado y tridimensional con los que Hollywood
envuelve sus adaptaciones de esas obras) para hacerlas experiencia propia no ha de volver.
Así
que la única solución parece la vivencia
directa y pronta de dolores insoportables, de frustraciones sin salida, de quiebras
lúgubres de cualquier confianza en el
presente y en el mañana... Y para facilitar
todo eso ya está, eficiente y preclara, la casta
política.
Nacho Fernández del Castro, 16 de Marzo de 2013
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