«En el ámbito de las finalidades todo tiene o un precio o una
dignidad. En el lugar de aquello que tiene precio se puede poner otra cosa como
equivalente; en cambio, aquello que se encuentra por encima de todo precio y,
por tanto, no admite nada equivalente, tiene dignidad.
Aquello que se refiere a las inclinaciones universales y
necesidades humanas tiene un precio de mercado; aquello que, también sin
presuponer necesidades, es conforme a cierto gusto, o sea, a una complacencia
en el puro juego, sin ninguna finalidad, de nuestras facultades anímicas, tiene
un precio afectivo; pero aquello que constituye la condición única bajo la cual
algo puede ser fin en sí mismo no tiene meramente un valor relativo, o sea, un
precio, sino un valor interior, esto es, dignidad.»
(Immanuel KANT, Königsberg,
Prusia Oriental –hoy Óblast de Kaliningrado, libremente asociado a Rusia-,
22
de abril de 1724 –12 de febrero de 1804.
Grundlegung zur Metaphysik der Sitten
–Fundamentación de la
metafísica de las costumbres-, 1785 –edición
en castellano, entre otras, de 1994-.)
La
máxima dignidad, nos dirá el
cristianismo, está en la aceptación
resignada del sufrimiento en esta vida, valle de lágrimas, pues ello nos
garantizará el premio eterno en la
otra (premio sobre el que, además y de momento, no parece tener poder alguno el largo brazo impositivo de Hacienda).
Es
precisamente la modernidad, sobre
todo en su vertiente racionalista-idealista
(ya que la empirista siempre tuvo
veleidades pragmáticas que, más allá
de la santa laicidad de Hume, hacían,
por ejemplo, que Locke, a la vez que sostenía teóricamente la unidad de la naturaleza humana y lo
nuclear de la tolerancia como principio
básico de convivencia, participase lucrativamente en empresas de tráfico de
esclavos), la que constituye, en el mismo proceso que da origen al Estado-nación, a los sistemas educativos nacionales, a la sociedad burguesa, a la Déclaration des droits de l'homme et du citoyen (aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789) o a Los
Derechos del Hombre (aireados por Thomas Payne en 1791), la dignidad como núcleo universal de la condición humana... En términos kantianos,
la dignidad es precisamente lo que
hace que cada ser humano sea un fin en sí mismo, o, dicho de otro modo,
posea una dimensión moral inalienable
que lo configura como ser autónomo,
capaz de dictarse sus propias normas
en cuanto “deseablemente universales”.
Así
que cuidado con las palabras de “buen
rollito”... Las carga el diablo y suelen acabar siempre como instrumento
utilizado en contra de la buena gente a la que, supuestamente, protegen... Así,
por ejemplo, la democracia.
Nacho Fernández del Castro, 10 de Diciembre de 2012
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ResponderEliminarLlevo unos diez años DESASNáNDOme, con las muchas enseñanzas, "GRATUITAS ADEMÁS", de Nacho.
ResuMIendo:
'Todas'LAS GRACIAS, amigo'MAGISTER'.
Somos much@s los que callamos "LO QUE HACES".
"Lujazo de que nos DES'asnes' "
24/O4/2.016