«Grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no
puedo dudar de mi grito y necesito, al menos, creer en mi protesta.»
(Albert CAMUS; Mondovi, Argelia, 7 de noviembre de 1913 - Villeblevin,
Francia, 4 de enero de 1960.
L'homme
révolté –El Hombre Rebelde-, 1951.)
Muchas voces gritan (gritamos) la desesperación racional (o sea, la
ausencia de razones para la esperanza)
proveniente de la imposibilidad de creer
ya en nada en este tiempo de
crisis/estafa planificada... Gritan (gritamos) que todo es absurdo en la hora del ascenso
de la insignificancia, de la proliferación de personajillos que convierten
en espectáculo su propia vida
convenientemente guionizada... Momento lúgubre, en fin, de gobernantes que
dedican todo su afán a contravenir el espíritu de Robin Hood, robando a los pobres (léase al pueblo) para dárselo a los ricos (léase a los bancos); dispuestos, sin
sonrojo, a sacrificar la Humanidad en el nuevo templo
sacro de los Mercados.
Y,
sin embargo, parafraseando el cogito
cartesiano, si gritamos esa imposibilidad de cualquier creencia en este mundo
lacerantemente absurdo, al menos algo debe haber necesariamente más allá de
tanta y tan disparatada incoherencia , algo en lo que aún es posible creer:
nuestro propio grito.
Por
eso es imprescindible que gritemos, que sigamos gritando... Y que lo hagamos
con todas las personas que sienten la misma necesidad de gritar y en cualquier
rincón en el que ese grito colectivo florezca.
Nacho
Fernández del Castro,
15 de Diciembre de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario