lunes, 3 de diciembre de 2012

Pensamiento del Día, 3-12-2012



«El mundo rebosa de escépticos. Yo mismo he sucumbido con frecuencia a la suspicacia escuchando las declaraciones de otras personas. Así y todo, no pierdo la esperanza...»



(Fernando ARAMBURU IRIGOYEN; San Sebastián, 1959. El artista y su cadáver, 2002.)



Quienes hemos sido alimentados con las proteínas del racionalismo no podemos apartar nuestra actitud, ante el aquí y el ahora, del más radical escepticismo... No, no, no es siquiera el “sano escepticismo” que tantos beneficios ha proporcionado a través del devenir del conocimiento humano; es un escepticismo suspicaz, huraño, casi asocial ante el mundo del “todo vale” postmoderno.



Cualquier discurso ajeno, por mucho que se acerque a nuestras posiciones, desata nuestras sospechas y exige un análisis crítico de sus contextos y circunstancias ontológicas, ideológicas y, sobre todo, socioeconómicas para tratar de develar sus intereses más ocultos, menos explícitos... Cualquier acto extraño, por más que parezca coincidir con nuestra propio actuar, provoca nuestra prevención guiada por la casi total seguridad de que “no es lo que parece”.



Pero, por desgracia, tanta sospecha y tanta prevención pueden llevarnos, suelen llevarnos, a las trincheras más marginales, esas que se sitúan fuera de todos los frentes reales en el conflicto de la vida. Y son esos, lugares muy inhóspitos e ineficaces de cara a cualquier avance en la forma de entender y transformar el mundo. Lo son por marginales, porque, en último extremo, las luchas auténticas siempre acaban en un cuerpo a cuerpo. Pero también, y sobre todo, lo son por trincheras, porque éstas siempre fuerzan, a quienes las ocupan, a agacharse.
Nacho Fernández del Castro, 3 de Diciembre de 2012

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