«Cesare Lombroso convirtió al racismo en tema
policial. Este profesor italiano, que era judío, comprobó la peligrosidad de
los salvajes primitivos mediante un método muy semejante al que Hitler utilizó,
medio siglo después, para justificar el antisemitismo. Según Lombroso, los
delincuentes nacían delincuentes, y los rasgos de animalidad que los delataban
eran los mismos rasgos de los negros africanos y de los indios americanos
herederos de la raza mongoloide. Los homicidas tenían pómulos anchos, pelo
crespo y oscuro, poca barba, grandes colmillos; los ladrones tenían nariz
aplastada; los violadores, labios y párpados hinchados. Como los salvajes, los
criminales no se sonrojaban, lo que les permitía mentir descaradamente. Las
mujeres sí se sonrojaban, aunque Lombroso había descubierto que "hasta las
mujeres consideradas normales, albergan rasgos criminaloides". También los
revolucionarios: "Nunca he visto un anarquista que tenga la cara
simétrica".»
(Eduardo Germán María Hughes GALEANO; Montevideo,
Uruguay, 3 de septiembre de 1940.
Patas arriba. La escuela
del mundo al revés, 1998.)
La insana costumbre de plantear la salud social como una cuestión de razas,
etnias, castas, sexos o. en general, colectivos que, intrínseca o genéticamente
están signados por el mal y determinados comportamentalmente para
llevarlo a cabo, es una constante transhistórica, transocial e incluso (en
la medida que los términos resulten siquiera científica y socialmente admisibles),
transracial y transétnica. Esa ha sido siempre la solución más fácil para
ejercer un control social simbólico que ahorra mucho en porras y
togas... Elegir un colectivo visible
para homogeneizarlo imaginariamente, deslegitimarlo y demonizarlo mediáticamente
cumple una doble función muy útil para cualquier poder establecido: personifica, por un lado, el mal ante la “sociedad normalizada”,
lo que permite identificar fácilmente
como anormales y peligrosas todos los comportamientos y actitudes que se le
atribuyen; y, por otro, deriva la atención de la población “de orden”, esa mayoría
silenciosa tan querida por toda práctica de dominio, hacia el peligro
imaginario que el grupo satanizado
supone.
Mientras tanto, los amos del cotarro pueden imponer
tranquilamente sus intereses (aún
cuando estos resulten abusivos: reduzcan
libertades, recorten derechos, precaricen la vida) tras la cortina de humo de sus supuestas prestaciones de seguridad presente y futura.
¿Que el peligro
imaginario no se corrobora con hechos concretos?... ¡Ése es precisamente el éxito de las estrategias de seguridad (también imaginarias) implantadas por el poder!.
Y así las poblaciones indias, negras, judías,
gitanas o musulmanas de ayer, pueden ser hoy los colectivos antisistema, perroflautas, yayoflautas... O,
simplemente, quienes se manifiestan pública
y continuamente contra las políticas del gobierno... Porque, además, como
decía el gran intelectual Arturo Fernández, son (somos) fácilmente
identificables... Por nuestra indisimulada fealdad.
Nacho Fernández del Castro, 11 de Diciembre de 2012
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