miércoles, 5 de diciembre de 2012

Pensamiento del Día, 5-12-2012



«Nada más oírse el timbre que daba por finalizada la clase, él les dijo:
—Adela, Luc, Nico, quedaos un momento, por favor.
Los tres aludidos abrieron primero los ojos y después se miraron entre sí. El que menos, se aplastó en el asiento como si acabasen de pegarlo con cola de impacto. El resto de los alumnos se evaporó en cuestión de segundos. Algunos les lanzaron miradas de ánimo y solidaridad, otros de socarrona burla.
—A pringar —susurró uno de los más cargantes.
Adela, Luc y Nico se quedaron solos. Solos con Felipe Romero, el profesor de matemáticas. El Fepe para los amigos, además del profe o el de mates, que era como se le llamaba comúnmente.
El maestro no se puso en pie de inmediato ni empezó a hablarles en seguida. Continuó sentado estudiando algo con atención. El silencio se hizo omnipresente a medida que transcurría el tiempo. Más allá de ellos, tras las ventanas, la algarada que hacían los que ya estaban en el patio subía en espiral hasta donde se encontraban.»
(Jordi SIERRA I FABRA; Barcelona, 26 de julio de 1947. Inicio del “Capítulo 1 de  
El asesinato del profesor de matemáticas, 2002.)
Alguien más o menos preciso, más o menos ubicuo, más o menos imaginario, pero con mando en plaza (Merkel, la troika, los mercados, las agencias de rating, qué sé yo) dice el nombre de nuestro país (seguramente junto a otras penínsulas mediterráneas de gran tradición clásica) y nuestras autoridades proceden, prestas, a abrir desmesuradamente los ojos, a mirarse con signos compartidos de cautela y suspicacia, a tratar de pegarse a cualquier rincón o elemento protector para que su presencia sea lo menos notoria posible.
Y ya está... O no está, porque seguramente la cosa acabará en que, digan lo que digan los mandamases, nuestras autoridades aprovecharán para meternos en vereda, para hacernos más fuertes en el sufrimiento creciente, para rebajar los humos de nuestros pretendidos derechos... Vamos, todas esas cosas que se hacen por nuestro bien: quitarnos dinero, quitarnos la vivienda, quitarnos un poquito de salud y educación cada día, quitarnos atención a nuestras dependencias,... ¡Loable empeño que, sin duda, hará a quienes logren sobrevivir mucho más resistentes ante la adversidad!.
E, ingratitudes de la vida, lejos de rendir la pleitesía debida no hacemos más que protestar contra ese noble afán de nuestras autoridades (y, para colmo estético, somos feos, ya lo decía Arturo Fernández, que los guapos como él no protestan).
La cuestión es que esos sacrificados paladines del recorte de bienes y derechos tienen nombre... Y el descrédito público de su nombre ya lo refleja hasta las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas.
Porque ni siquiera hacen caso a sus amos cuando alguno de ellos discrepa de la teología del ajuste (como es el caso, ahora, del nada revolucionario Fondo Monetario Internacional, persuadido ya, tras su larga experiencia de décadas condenando a países latinoamericanos y africanos a la quiebra, de que, sólo con recortes y sin inversión pública que anime la economía, cualquier conato recuperación es inviable).
Además es que todos esos amos (Merkel, la troika, los mercados, las agencias de rating, qué sé yo), como los imaginarios sociales de Cornelius Castoriadis, son mucho más determinantes del comportamiento de quienes de ellos participan que determinados, definidos, precisos. Y contra los imaginarios colectivos, por su alta indeterminación, sólo se puede dar la batalla en el plano simbólico. Pero eso es demasiado lento, sobre todo cuando se ocupa una posición totalmente marginal con respecto a las grandes industrias culturales, para que pueda salvar o consolar siquiera a quienes tienen su vida precarizada... Así que, con frecuencia, sólo acertamos a temblar con la algarabía de fondo de unas solidaridades y unas burlas igualmente confusas.
Nacho Fernández del Castro, 5 de Diciembre de 2012

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