«El lunes 13 de mayo de 1876,
pasadas las dos de la tarde, en un lozano día primaveral de calor veraniego,
ocurrió un incidente horroroso y ciertamente fuera de toda lógica, en los Jardines
de Alejandro y ante los ojos de numerosos testigos. Por los caminos arbolados,
entre lilas en flor y esplendorosos parterres de tulipanes de color escarlata,
se paseaba una muchedumbre ataviada de la manera más elegante: señoras con sus
parasoles de encaje (para evitar las pecas), niños vestidos de marinerito
acompañados de sus institutrices, y jóvenes de aspecto aburrido con
levitas de cheviot a la moda o chaquetas cortas de estilo inglés. Nada en aquel
ambiente hacía presagiar una desgracia.»
(Boris AKUNIN
o B. AKUNIN, pseudónimo literario en
homenaje al anarquista ruso y por su
significado en japonés de «chico malo»,
de Grigóri Shálvovich CHJARTISHVÍLi; Georgia, 20 de mayo de 1956.
Inicio del “Capítulo
Primero: Donde se narra un cínico desplante” en Aзазель -El Ángel caído-, 1998 -2002 para la edición en castellano-.)
Nuestras
sociedades hozaban, satisfechas de sí mismas, en el estercolero de su propia opulencia, alimentado por el desenfreno consumista... No les
preocupaba demasiado la artificiosidad
del crecimiento económico (con una elevación del precio de las viviendas, por ejemplo, muy por encima de su valor real), no les preocupaba que el
ochenta por ciento de la humanidad quedase condenada a la miseria y la muerte
temprana... Porque, al fin y al cabo, éste era el mundo de las oportunidades, el mundo
de la libertad donde podíamos elegir el banco que lastrase el resto de
nuestra vida con hipotecas o nos engañase con productos etéreos de ingeniería financiera, el medio de
comunicación que adornase la historia de la manera más próxima a nuestro imaginario, el trabajo en el que
sentirnos humillados y ofendidos, los grandes almacenes en los que realizar
nuestra identidad de consumo, los
actos y asociaciones que limpiasen
nuestra buena conciencia con propuestas de poses solidarias... ¡Y hasta el
dios que nos permitiese arrepentirnos de
nuestros excesos personales y colectivos, o el gobierno que representase mejor el relato más coherente con nuestra cosmovisión!.
Pero
todo lo que se hincha artificialmente acaba por estallar... Porque, además, los
especuladores que metían continuamente el aire en la burbuja, con la satisfacción
de todos, sólo querían, mucha y pronta, su parte del pastel; así que sobraba
toda precaución y cálculo de resistencias que pudiesen poner en peligro el negocio.
Y
el bienestar anodino, el espectáculo del tedio, la insignificancia planificada se rompieron
en mil fragmentos en medio de la crisis/estafa.
Y
en ello estamos... En plena desgracia y con mucha gente apuntando a su propia
sien con una pistola. Algunas personas ya han apretado el gatillo.
Nacho
Fernández del Castro,
2 de Diciembre de 2012
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