lunes, 23 de enero de 2012

Pensamiento del Día, 23-1-2012

«Dios prefiere al hombre que elige hacer el mal, antes que al hombre que es obligado a hacer el bien.»
 (John Anthony BURGESS Wilson; Harpurhey, Manchester, Reino Unido, 25 de febrero de 1917 - 
St John's Wood, Londres, 25 de noviembre de 1993. Frase del capellán de la cárcel y síntesis de la idea que quiere transmitir A Clockwork OrangeLa naranja mecánica-, 1962.)
En una sociedad en la que se inventan mil formas de negar el mal, de encubrir la perversidad, de legitimar la vileza, los dioses (cualesquiera que éstos sean) no tienen ningún sentido... Las autoridades (al menos, las de mejor voluntad, de la derecha a la izquierda) ocupan sus afanes en dar apariencia de “racionalismo cuasiaxiomático” a sus convencionales normativas, de suerte que, quien las incumpla, parezca no poder hacerlo por maldad, sino por ser ajeno a “la razón”, por padecer, en suma, alguna forma de locura. Psicólogos y psiquiatras de todas las escuelas se prestan, raudos y hasta ufanos, a este juego, señalando las “causas del mal” siempre fuera del sujeto psicológico: no es malo quien hace el mal, sino que la mala acción es síntoma de alguna anomalía en el contexto social o en el “hardware fisiológico”, nunca en el “yo prístino y profundo”, en el “software personal e intransferible”...
Pero, claro, ¿qué somos, cada cual a su manera, sino lo que el desarrollo de nuestro hardware ha hecho de nosotros en relación con el contexto?... ¿Es ese “software originario y de fondo” algo más que un mito que, si alguna vez existió, jamás volverá a hacerse presente?.
Visto así, la justificación contextual o fisiológica del mal no es más que una petición de principio... Algo así como aquella formulación del imperativo categórico kantiano que convierte la “posibilidad de universalización del acto” de cada cual en “patrón legítimo de conducta”, en "deber"; porque, como bien señalaba Hegel (y, con él, todas las defensas de los criminales más abominables), las condiciones de cada acto pueden tornarse histórica y contextualmente tan concretas que tan sólo afectan a quien lo ha realizado, convirtiéndolo, así, en su propio universo y legislador único de sus actos... Es decir, abriendo la posibilidad de convertir, mediante la contextualización de una conducta, la propia voluntad en norma universal y deber.
Pero Kant, como los dioses (con su retorcido amor al libre albedrío), creía en una autonomía del ser concreto notoriamente
mítica e idealista... Y, en realidad, como el Alex DeLarge de La Naranja Mecánica (que, en su versión novelística, cumple ahora cincuenta años), somos el resultado dialéctico de un cruce de heteronomías en conflicto... Y todo resultado puede ser bueno o malo.
Nacho Fernández del Castro, 23 de Enero de 2012

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