jueves, 10 de enero de 2013

Pensamiento del Día, 10-1-2012



«La humanidad ha entretejido complicados mitos acerca de la variabilidad humana. Nos sentimos orgullosos de nuestra singularidad como personas, y nos deleitamos con la idea de que no hay otra persona igual, de que somos la única persona en el mundo entero que reúne determinada combinación de características. Debe haber alguna razón psicológica o filosófica fundamental que explique ese insistente afán por demostrar nuestras características distintivas.
Y, sin embargo, este afán de singularidad paradójicamente va acompañado de un interés igualmente intenso de pertenecer a un grupo y de compartir valores, formas de vida y otras características que hacen que podamos pertenecer a determinado grupo. Es así como nos sentimos más a gusto cuando estamos unidos a un grupo, bien sea religioso, en el que todos elevamos a Dios las mismas oraciones, o dentro de un marco social, en el cual preferimos vestirnos como los demás, comer como los demás, admirar el arte y la música que otros admiran, etc., más bien que creer y vivir de acuerdo con nuestra propia y única religión, vestir, comer, etc. de manera distinta a los demás. A este respecto, creemos, igualmente, que debe haber profundas razones psicológicas y filosóficas que expliquen ese afán nuestro por identificarnos con uno o más grupos claramente definidos.»
 (Benjamin BLOOM; Lansford, Pensilvania, Estados Unidos, 21 de febrero de 1913 – Chicago, Illinois, 
13 de septiembre de 1999. “La naturaleza humana y el aprendizaje escolar : La naturaleza del hombre y de la mujer” en Human Characteristics and School Learning -Características humanas y aprendizaje escolar-, 1976 -1977 para la edición en castellano-.)
El ser humano es paradójico... Una complicada amalgama, en realidad, de complejas pulsiones hacia la singularidad más absoluta y, a la vez, hacia el gregarismo identificador.
Con las contradicciones propias de la adolescencia (al fin y al cabo por ahí anda la especie desde un punto de vista filogenético) sólo nos sentimos esencialmente valiosos cuando somos reconocidos como inequívocamente irrepetibles dentro del espectro de la variabilidad humana; pero, al mismo tiempo, sólo nos sentimos socialmente amparados cuando formamos parte de uno o varios colectivos con hábitos y actitudes comunes generadores de identidad colectiva.
Nos satisface pensar que tenemos una sensibilidad o una combinación de cualidades radicalmente únicas tanto como gozamos al sentirnos parte de un grupo étnico, de un barrio, de un club deportivo o de un movimiento social. Queremos ser un yo inequívoco tanto como integrarnos en identidades de adscripción más o menos voluntaria.
Y con esa paradójica dualidad se topa, en el nivel ontogenético, la escuela... De hecho, de su capacidad para gestionarla y enfrentarse a los conflictos puntuales que deriva dependerá, en buena medida, la contribución institucional, en el origen de la socialización secundaria, a un mejor equilibrio personal de las gentes de las generaciones futuras. Porque un manejo de esos conflictos falto de pericia derivará irremediablemente en algún tipo de desquiciamientos del yo o del nosotros.
Es decir, en alguna forma de mitología subjetivista o de fundamentalismo identitario.
Nacho Fernández del Castro, 10 de Enero de 2013

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