«En esencia, toda Geisha es hermosa como una flor y a la vez
elegante, flexible y fuerte como un sauce.»
(Kiharu NAKAMURA; Tokio, Japón, 14 de mayo de 1913 - Nueva York, 5 de enero de
2004.
Edokko geisha ichidaiki -Kiharu, vida de una geisha-, 1983 –edición
en castellado de 2001-.)
A veces, muchas veces, los proyectos educativos más sofisticados,
aquellos que buscan combinar las cualidades
más sutiles y aparentemente incompatibles, como la hermosura con la flexibilidad
o la elegancia con la fuerza, pueden tornarse en auténtica tortura... En una imposición truculenta de alguna suerte (o, más bien, desgracia) de condición semiesclava, como ocurre con esas
geishas, masculinas o femeninas, condenadas a entretener toda la vida
los ocios ajenos.
Por eso la educación básica,
la que no pretende sino acompañar el proceso por el cual cuada infante va
adquiriendo la condición ciudadana, debe huir, como de la peste, de tales imposiciones
truculentas por muy sofisticados que puedan ser sus resultados
y mucha excelencia que generen en el cumplimiento de las funciones
que imponen.
O sea, que esa educación
básica de la ciudadanía debe huir, respetando las diferencias
individuales para que sean “educativamente no relevantes”, de todo particularismo,
guiándose precisamente por lo que cada sociedad considera necesariamente común.
Para decirlo de otro modo, la educación básica de la ciudadanía sólo
puede ser universal e inclusiva.
Cualquier planteamiento
que privilegie, en tal tarea, el yo sobre el nosotros, que sitúe
el centro de la acción educativa más en lo subjetivo que en lo comunitario,
es simple viento de exclusión... Y algo habrá que hacer para que amaine.
Nacho Fernández del Castro, 21 de Enero de 2013
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