sábado, 12 de enero de 2013

Pensamiento del Día, 12-1-2013



«No existe el infinito:
el infinito es la sorpresa de los límites.
Alguien constata su impotencia
y luego la prolonga más allá de la imagen, en la idea,
y nace el infinito.
El infinito es el dolor
de la razón que asalta nuestro cuerpo.
No existe el infinito, pero sí el instante:
abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido;
en él un gesto se hace eterno.
Un gesto es un trayecto y una trayectoria,
un estuario, un delta de cuerpos que confluyen,
más que trayecto un punto, un estallido,
un gesto no es inicio ni término de nada,
no hay voluntad en el gesto, sino impacto;
un gesto no se hace: acontece.
Y cuando algo acontece no hay escapatoria:
toda mirada tiene lugar en el destello,
toda voz es un signo, toda palabra forma
parte del mismo texto.»
 (Chantal MAILLARD; Bruselas, Bélgica, 1951; Premio Nacional de Poesía 2004. “No existe el infinito...” en Matar a Platón, 2004.)
Nos gusta, con mayor o menor consciencia, recrearnos en la idea de infinito, en ese algo tan grande que aplasta por completo nuestra minúscula condición (y, con ella, todas las miserias y desvalimientos de su cotidianidad)... Nos complace sentirnos morbosamente insignificantes mientras contemplamos el majestuoso esplendor de una noche estrellada... Nos regocijamos en nuestra desasistida inanidad mientras navegamos por las inmensidades marinas, sin tierra a la vista... Nos sentimos impresionados, en nuestra fragilidad diminuta, ante los escarpados riscos de una colosal montaña.
Pero en los asuntos vitales, como en los físicos, el infinito no existe más allá de la proyección imaginaria de nuestra propia sensación de impotencia... De ahí su comodidad como idea: es el mejor recurso para legitimar psicológicamente nuestra inacción,  despreciables partículas mortales, ante las hostilidades perennes de un mundo dado por fuerzas ilimitadas e incontrolables.
En fin, que sentirnos náufragos en medio del infinito es el mejor subterfugio para tratar de autoconvencernos y convencer a los demás de que no hay nada que hacer ante la inmensidad del oprobio globalizado de nuestros tiempos, y que, ante la precarización de la vida que deriva, sólo cabe responder con la sumisión resignada.
Pero el infinito no existe... Sólo existen los instantes abiertos y dilatados que pueden convertir los gestos y las voces que cobijan en eternos, en signos que se hacen comunes por formar parte de un único texto. Así que, para mejor combatir la ilimitada agresión de la realidad, sólo se trata de buscar ese texto de los gestos y las voces comunes.
Porque, al fin y al cabo, el infinito no existe.
Nacho Fernández del Castro, 12 de Enero de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario