«La Quinta Avenida resplandecía al sol cuando salieron de Brevoort y pusieron
rumbo a Washington Square. El sol calentaba a pesar de ser noviembre y todo
tenía el aspecto de una mañana de domingo: los autobuses, la gente bien vestida
paseando lentamente en pareja y los edificios silenciosos con las ventanas
cerradas.
Michael cogía a Frances por el brazo con fuerza mientras caminaban
al sol por el centro de la ciudad. Paseaban ligeros, casi sonriendo, porque
habían dormido hasta tarde y habían tomado un buen desayuno y era domingo.
Michael se desabotonó el abrigo y dejó que ondeara a su alrededor mecido por la
brisa suave. Paseaban, sin decir nada, entre la gente joven y de aspecto agradable
que parecía componer la mayoría de la población en esa parte de Nueva York.»
(Irwin SHAW, nacido Irwin Gilbert Shamforoff; Bronx, Nueva York, Estados Unidos, 27 de febrero de 1913 - Davos, Suiza, 16 de mayo de 1984. Inicio del cuento “The Girls in Their Summer Dresses”
-“Las chicas con sus vestidos de verano”- publicado originalmente en Playboy, 1939
–recogido en 1978 en la recopilación Short Stories: Five Decades-.)
Es más, para la gente de bien y de orden vivimos en el mejor de los mundos posibles en una
mañana soleada de domingo otoñal, porque ella siempre ha dormido bien (ya sea
por tener una falsa buena conciencia
o ya sea, simplemente, por no tenerla en
absoluto) y, tras haber desayunado estupendamente (con la satisfacción de la burguesía bien pensante),
se dispone a compartir con otras gentes
de bien y de orden un agradable paseo por el hermoso centro de una ciudad
hermosa, llena de personas dedicadas a la más o menos precaria tarea de
satisfacer sus ocios y apetitos festivos.
Y es que, para la gente de bien y de orden, vivimos en el
mejor de los mundos posibles en una mañana soleada de un domingo otoñal, en el
hermoso centro de una ciudad hermosa, repleta de gente de bien y de orden, tan joven y agradable que, como diría
Arturo Fernández, hacen más evidente la fealdad y vejez prematura de quienes
protestan hacinados en sus barrios (porque cuando se manifiestan por el centro,
las gentes de bien y de orden no
salen a la calle y sólo los ven en Intereconomía).
Pero, por
desgracia, cada día son más quienes ni siquiera pueden aspirar a ser gentes de bien y de orden, porque sus
expectativas de tener o recibir algún bien
son escasas y el orden ya se lo
imponen siempre otros. Así que, incluso entre las gentes de bien y de orden (como entre la Frances y el Michael de Irwing
Shaw) comienzan a aparecer las primeras disensiones
prendidas en la propia tensión divergente
de las miradas.
Nacho Fernández del Castro, 23 de Enero de 2013
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