«Sin duda las costumbres modernas eran mejores, pero no pude
evitar sentir cierta nostalgia al pensar en las que habían pasado
de moda.»
(Barbara Mary Crampton PYM; Oswestry,
Shropshire, Inglaterra, 2 de junio de 1913 – Finstock, Oxfordshire, 11 de enero
de 1980. A Glass of Blessings -Los hombres de Wilmet-, 1958 –edición
en castellano de 2010-.)
En el acelerado vaivén de lo cotidiano, en medio de una sociedad que nos vende el espectáculo de la insignificancia a un ritmo frenético, para evitar que nos paremos a pensar en esa nadería que respiramos y con la que
alimentamos nuestras sumisiones, la
primera víctima es la memoria...
La
memoria no tiene buena prensa en este
mercado de lo inmediato en el que
sólo la novedad es un valor seguro, en el que los procesos de obsolescencia se aceleran para
hacer que cada idea se torne vieja antes de ser enunciada...
Para que sea, en fin, el mero hecho de tener
y enunciar una idea lo que se torne vetusto
y trasnochado, porque ¿para qué necesitamos ideas propias cuando cada conducta
en cada espacio social (público o
privado) está normalizada, y
violar, siquiera un poquito, esa norma
se considera locura?.
En
la enajenación permanente que caracteriza
nuestro tiempo, nos convertimos no tanto en afanosos maximizadores de la utilidad (o satisfacción) de nuestros consumos,
como pensaba la economía política clásica,
cuanto en anhelantes exploradores de
nuevas y más refinadas formas de alienación... Nuevas y más refinadas formas, en suma, de salir de nosotros mismos, de olvidar nuestra memoria.
Porque,
si en algún momento no lo conseguimos, no logra el mercado imponernos su plúmbea oferta
de ocio aparentemente errático, podríamos
caer en la nostalgia y acabar recuperando la memoria... Para darnos
cuenta que otros mundos, otras maneras de
ser y estar, otros modos de pensar y actuar, son posibles. Porque ya lo
fueron.
Nacho Fernández del Castro, 24 de Enero de 2013
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