«Tratar de comprender la creación cultural al
margen de la vida global de la sociedad en que se desarrolla es una empresa tan
inútil como tratar de arrancar, no provisionalmente y por necesidades de
estudio, sino de una manera fundamental y duradera, la palabra a la frase o la
frase al discurso.»
(Lucien
GOLDMANN; Bucarest, Rumania, 20 de julio
de 1913 – Paris, Francia, 8 de octubre de 1970.
En el
libro colectivo, de Roland Barthes,
Henri Lefebvre y el propio Lucien Goldmann Literatura y sociedad. Problemas de metodología
en sociología de la literatura, 1969.)
No
tiene demasiado sentido, por tanto, el intento de realizar el análisis de un producto cultural aislándolo
completamente de las estructuras de la
sociedad en las que fue creado,
por mucho que éste, en cuanto objeto exento, adquiera un valor propio en el que
intervienen factores diacrónicos, históricos y estéricos, no estrictamente ligados
a la sincronía coyuntural de su origen concreto... Es más, si cada obra artística incorpora esos valores históricos y estéticos es,
precisamente, porque nada se crea de la
nada, porque todo producto humano
está dada en un proceso de acumulación
de habilidades y saberes que atañe
tanto al devenir del ámbito de producción
que le es propio como a la historia misma
de la humanidas, sus civilizaciones, culturas y sociedades.
Por
ello no es extraño que en la sociedad del
espectáculo en la que vivimos, donde todo se torna en representación (más bien tediosa, por mucho que para tanta gente
pueda resultar dramática), actos simbólicos
y apariencias, la característica
básica de la producción cultural sea
lo que Cornelius Castoriadis denominó el ascenso
de la insignificancia. En una sociedad en la que la política consiste en la realización
del interés del poderoso mediante la acción
de unos representantes que dicen ser
los nuestros, en la que tanto lumpen
social se pudre en las cárceles por sus cadenas de pequeños delitos
mientras los grandes estafadores y los blanqueadores de dineros muy negros andan
ufanos por las calles alardeando de sus presunta inocencia, la producción cultural ha de tornarse
necesariamente intranscendente y banal.
Por eso José Saramago o Martha C. Nussbaum son proyecciones inerciales de una sociedad anterior, el epílogo de un aliento de modernidad ya
desubicada... Por desgracia, el verdadero emblema de la producción cultural
de nuestro tiempo es, con mucha más propiedad, “Sálvame” y su cohorte de Belenes Esteban y Kikos Matamoros.
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