viernes, 1 de febrero de 2013

Pensamiento del Día, 1-2-2013



«He de pagar el meu vell preu, la mort,
i avui els ulls se’m cansen de la llum.
Baixats amb mancament tots els graons,
m’endinsen pel domini de la nit.
Silenciós, m’alço rei de la nit
i em sé servent dels homes de dolor.
Ai, com guiar aquest immens dolor
al clos de les paraules de la nit?
Passen el vent, el triomf, el repòs,
per rengles d’altes flames i d’arquers.
Presoner dels meus morts i del meu nom,
esdevinc mur, jo caminat per mi.[...]»
«Mi viejo precio he de pagar, la muerte,
y hoy se me cansan los ojos de la luz.
Bajados con esfuerzo todos los escalones,
me adentran en dominios de la noche.
En silencio me elevo rey de la noche
sabiéndome al servicio de doloridos hombres.
¡Ay! y ¿cómo guiar este dolor inmenso
hasta el cercado de las palabras de la noche?
Pasan el viento, el triunfo, el reposo,
entre hileras de altas llamas y de arqueros.
Cautivo de mis muertos y mi nombre,
en muro me convierto, camino de mí mismo.[...]»
 
 (Salvador ESPRIU I CASTELLÓ; Santa Coloma de Farnés, Girona, Catalunya, 10 de julio de 1913 - 
Barcelona, 22 de febrero de 1985. Sentit a la manera de Salvador Espriu” –“A la manera de Salvador Espriuen la versión castellana de José Corredor-Matheos– en El caminant i el mur, 1954.)
Cuando ya los ojos cansados apenas pueden ver un triste cuadrante del campo visual más inhóspito, uno se hace inevitablemente más consciente del paso de la vida, de la seguridad de la muerte como precio del vivir... Y por ello es tan  necesario vivir intensamente nuestra vida, cada cual según sus latidos y anhelos, para que, al menos, el pago final ineludible merezca realmente la pena.
Porque sabemos que, mientras nuestros huesos se quejan y las articulaciones gritan ante unos escalones cualquiera, adquirimos la condición de domadores de sombras al servicio de otros dolores: los de cuantos sufren la confusión de esta noche inmensa en la apenas se puede ya respirar a nada bajo el sometimiento al cerco de los poderosos con sus palabras fingidas y rastreras.
Recordando, tal vez, haber sido viento tan osado como insolente, haber paladeado algún triunfo tan mínimo como inútil,  haber buscado cualquier reposo tan plácido como renegado entre fuegos y fechas en los que se confundía el homenaje con la amenaza, acabamos por sentirnos prisioneros de nuestras viejas adhesiones, de nuestros credos arcanos, de tantos sueños rotos o batallas perdidas, y hasta del nombre con el que nos reconoce la vida... Por eso, llegados a este punto tan frustrante como clarividente, sólo podemos aspirar a ver el mundo a través de nuestra propia historia. Sólo podemos, en fin, hacernos muro, para, en la quietud de la piedra, movernos apenas hacia las razones de lo que somos, del ser que nos habita... Y, muro al fin, servir al menos para que otros escriban sus cuitas y sueños en nosotros.
Nacho Fernández del Castro, 1 de Febrero de 2013

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