«El
sujeto del método interrumpe la lectura: ha llegado al final de su viaje, ha
salido desde la estación de Sans a la gran ciudad de Barcelona. No es la gran
dimensión de la ciudad lo que se quiere aquí señalar, sino más bien -aún le
resuena la invitación de Goethe- la
Gran ciudad como ámbito mismo en el cual esta insignificancia
de los objetos que está contemplando en la misma plaza de la estación de Sans,
se puede poner en relación con los mismos sujetos y esa vacía trascendencia
queda expuesta, mostrada y exhibida con absoluta evidencia.
Ahora el sujeto del método retoma el espíritu
y la inspiración inicial de la anterior singladura encaminada a definir y
determinar la experiencia de una estética del límite, o de un "arte"
y de una "categoría estética" (lo bello) que tenga en el límite, en
la frontera, el espacio de su fundamento (un fundamento aporético). Pero en
lugar de seguir la ruta del discurso abstracto decide poner en práctica su
propia reflexión, interpretando o recreando un espacio que tiene el carácter
"artístico" que busca. Ese espacio lo constituye un emplazamiento
urbano de una ciudad mediterránea, Barcelona. Ese espacio es una
plaza. El sujeto del método habita, pues, esa plaza, la Plaza de Sans...»
(Eugenio TRÍAS SAGNIER; Barcelona, 31 de agosto de 1942 –10 de febrero de 2013. La aventura filosófica, 1988.)
Recorremos el mundo, nuestro mundo, en
constante e inevitable experiencia
estética del límite... Situados en un espacio
y un tiempo entre nuestras huellas
y nuestros deseos conformamos
nuestras singladuras urbanas a la búsqueda
de éstos a partir de los saberes,
acumulados pero precarios, que aquéllas nos proporcionan. E interpretamos los rincones de nuestro
itinerario como interpretamos la vida,
atribuyendo a los objetos y situaciones
un sentido, una trascendencia que están
muy lejos de poseer. Porque, antes y después de la mirada estética, tales objetos
y situaciones se develan, con respecto al sujeto que mira, como insignificantes,
como absolutamente intrascendentes,
fruto del azar de unos pasos que podrían haber sido otros, en otra dirección,
con otro ritmo.
Por
eso la experiencia estética evidencia
nuestra condición fronteriza, es
siempre una estética del límite, antes
y más allá de la cual los objetos y situaciones se diluyen esa insignificancia que, en el fondo, es
manifestación de una carencia de la voluntad
de ser.
Sin
esa capacidad para “vivir” una estética
del límite, los hitos urbanos de nuestra vida resultarían anecdóticos,
intrascendentes, vacíos... Los espacios y los objetos que los habitan y
conforman carecerían de razón de ser,
de sentido para los sujetos. Pensar el límite en un espacio concreto, entre objetos concretos es, pues, pensar la propia vida.
Sin
espacios que nos sirvan de jalón y
frontera nuestro propio ser se
diluye en lo anecdótico, en lo insignificante... Por eso es personal
y colectivamente tan peligrosa la opresión simbólica de esta sociedad del espectáculo caracterizada
por el ascenso de la insignificancia.
Nacho Fernández del Castro, 12 de Febrero de 2013
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