martes, 12 de febrero de 2013

Pensamiento del Día, 12-2-2013



«El sujeto del método interrumpe la lectura: ha llegado al final de su viaje, ha salido desde la estación de Sans a la gran ciudad de Barcelona. No es la gran dimensión de la ciudad lo que se quiere aquí señalar, sino más bien -aún le resuena la invitación de Goethe- la Gran ciudad como ámbito mismo en el cual esta insignificancia de los objetos que está contemplando en la misma plaza de la estación de Sans, se puede poner en relación con los mismos sujetos y esa vacía trascendencia queda expuesta, mostrada y exhibida con absoluta evidencia.
Ahora el sujeto del método retoma el espíritu y la inspiración inicial de la anterior singladura encaminada a definir y determinar la experiencia de una estética del límite, o de un "arte" y de una "categoría estética" (lo bello) que tenga en el límite, en la frontera, el espacio de su fundamento (un fundamento aporético). Pero en lugar de seguir la ruta del discurso abstracto decide poner en práctica su propia reflexión, interpretando o recreando un espacio que tiene el carácter "artístico" que busca. Ese espacio lo constituye un emplazamiento urbano de una ciudad mediterránea, Barcelona. Ese espacio es una plaza. El sujeto del método habita, pues, esa plaza, la Plaza de Sans...»
(Eugenio TRÍAS SAGNIER; Barcelona, 31 de agosto de 1942 –10 de febrero de 2013. La aventura filosófica, 1988.)



Recorremos el mundo, nuestro mundo, en constante e inevitable experiencia estética del límite... Situados en un espacio y un tiempo entre nuestras huellas y nuestros deseos conformamos nuestras singladuras urbanas a la búsqueda de éstos a partir de los saberes, acumulados pero precarios, que aquéllas nos proporcionan. E interpretamos los rincones de nuestro itinerario como interpretamos la vida, atribuyendo a los objetos y situaciones un sentido, una trascendencia que están muy lejos de poseer. Porque, antes y después de la mirada estética, tales objetos y situaciones se develan, con respecto al sujeto que mira, como insignificantes, como absolutamente intrascendentes, fruto del azar de unos pasos que podrían haber sido otros, en otra dirección, con otro ritmo.
Por eso la experiencia estética evidencia nuestra condición fronteriza, es siempre una estética del límite, antes y más allá de la cual los objetos y situaciones se diluyen esa insignificancia que, en el fondo, es manifestación de una carencia de la voluntad de ser.
Sin esa capacidad para “vivir” una estética del límite, los hitos urbanos de nuestra vida resultarían anecdóticos, intrascendentes, vacíos... Los espacios y los objetos que los habitan y conforman carecerían de razón de ser, de sentido para los sujetos. Pensar el límite en un espacio concreto, entre objetos concretos es, pues, pensar la propia vida.
Sin espacios que nos sirvan de jalón y frontera nuestro propio ser se diluye en lo anecdótico, en lo insignificante... Por eso es personal y colectivamente  tan peligrosa la opresión simbólica de esta sociedad del espectáculo caracterizada por el ascenso de la insignificancia.
Nacho Fernández del Castro, 12 de Febrero de 2013

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