«Sólo cuando el prior Roberto dobló la esquina
del claustro con la mayor rapidez que su dignidad podía permitirle,
dirigiéndose con paso decidido hacia los aposentos del abad, Cadfael
interrumpió la pausada poda de las rosas marchitas para observar el
acontecimiento y hacer las debidas conjeturas. El alargado y austero rostro de
Roberto mostraba toda la apariencia de un ángel enviado a cumplir una misión de
cósmica trascendencia y revestido de la autoridad del Ser Supremo que lo había
enviado. Su plateada tonsura brillaba bajo el sol de las primeras horas de la
tarde y su fina nariz aristocrática parecía aspirar el aire, olfateando la
fragancia de la gloria.»
(Edith Mary PARGETER, conocida por
el pseudónimo literario de Ellis PETERS; Horsehay, Shropshire,
Inglaterra, 28 de Septiembre de 1913 – Shrewsbury, Shropshire, 14 de Octubre de
1995.
The heretics aprentice –El apendiz de
hereje-,1990 -1992
para la edición en castellano-.)
Y
así lo expresa el propio lenguaje en sus más afortunados lugares comunes: en
tal situación (y más allá de cualquier credos y adscripciones personales)
podemos sentir que “estamos en la mismísima gloria”, que los paisajes que nos
rodean debieran haber formado parte del Edén, y que el paisanaje que los
transita sufre transmutaciones
angelicales iluminadas por algún Ser
Supremo, Acto Puro o Idea de Bien.
Pero,
bueno, sabemos que no es así... Que por mucho que disfrutemos y pongamos el máximo
mimo en nuestros quehaceres, el mundo seguirá siendo más bien sombrío y las
gentes con las que nos cruzamos estarán lastradas por intereses bastante
terrenales y, con cierta frecuencia, hasta rastreros. Nos pasa, en fin, como al
propio Hermano Cadfael de Ellis Peters, consciente siempre de que, por muy
gratificante que sea su tarea de mantenimiento de los majestuosos rosales de la Abadía, ésta es necesaria
precisamente porque las rosas se marchitan y pudren... O de que, por mucha estirada
dignidad, porte aristocrático y halo angelical que muestren sus visitantes, es más
que probable que traigan noticias de
dolor y muerte.
Un
dolor y una muerte entre los que, como el propio Hermano Cadfael, tendremos que
aprender a movernos cada día para tratar de entenderlos y tornarlos en aprendizaje para el gozo y la vida.
Y,
volvemos al principio... Para ello es esencial la capacidad para disfrutar de la propia tarea, poniendo en ella empeño y talento. Cosa, por cierto, que resulta imposible en el trabajo precariamente asalariado de
estos tiempos de opresión globalizada.
Nacho Fernández del Castro, 7 de Febrero de 2013
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