domingo, 10 de febrero de 2013

Pensamiento del Día, 10-2-2013



«—Supongo que no hablarás en serio. —La voz de Teresa se hizo doctoral—. No irás a decirme que nunca te has formulado ciertos principios, no serás tan cínico, supongo. Culpa del viejo, de acuerdo, pero hay muchas maneras de hacer las cosas y...
Él la miró acercando el rostro por encima de la mesa, con el ceño fruncido (dos arrugas suaves, imprecisas, apenas dibujadas, aparecieron de pronto en lo alto de su frente morena y le prestaron un mórbido vigor mental, una potestad que tal vez no tenía: ventajas de la belleza).  Teresa pudo calibrar también, debido a la proximidad del rostro, la perfección amarga de la boca, la extraña dureza de las comisuras.
Manolo la interrumpió para decir: 
—Un momento, un momento. Vamos a ver. Yo sólo conozco una manera de hacer las cosas: hacerlas bien. Y este señor me ha manchado y me ha quemado, y las mujeres a veces, perdona, pero las mujeres sois unas bledas. Ya sé que es un pobre viejo, pero ¿es que no puede uno quejarse?. 
—En cierto modo, no —y brotó al fin de aquellos labios de fresa, anhelante espuma rosada donde siempre, siempre se ahogaría la conspiración, una fórmula que al Pijoaparte había de resultarle reveladora—: Cuando se tiene conciencia de clase, no, Manolo.
El joven del Carmelo notó un frío por dentro (“¿tan mal vestido iba hasta hoy?”, fue lo primero que pensó, y en seguida: “¡De modo que se trata de eso!. ¿Adónde iremos a parar,Manolito?. Pero calla y sigue haciéndote el longuis”). Teresa estaba hablando: 
—...y es por ahí por donde habría que empezar, por el trato, estas son las cosas que de verdad importan, y no el que una se deje besar en un portal. Pero todo está por hacer en este país, todo está patas arriba, incluso en la oposición, como dice María Eulalia... 
—¿Quién?. 
—Una amiga de la Facultad.»
 (Juan MARSÉ CARBÓ; Barcelona, 8 de enero de 1933. Diálogo entre Teresa y Manolo, el Pijoaparte, en Últimas tardes con Teresa, 1966.)
Hace casi cincuenta años, con el retrato de la relación interclasista entre Teresa y el Pijoaparte, el hoy octogenario Juan Marsé puso sobre el tapete la menguada consistencia de algunos tópicos sociales... Las camadas de la burguesía podían albergar (y lo hacían con cierta frecuencia) bienintencionadas voluntades de igualdad, incluso buscando una pretendida “conciencia de clase” impropia y ajena, como ocurría con la benemérita protagonista femenina. Por contra, los vástagos del proletariado podían desarrollar (y lo hacían con cierta frecuencia) insolidarias voluntades de aparentar lo que no eran, aún a costa de vejar a sus iguales y cebarse con los más débiles, como pasaba con el acanallado protagonista masculino.
Pero, al final, lo sabemos, no es el “juego de clases” una cuestión de buenas o malas voluntades...
Teresa nunca robaría una moto para irse a un baile porque nunca ha necesitado hacerlo... Nunca abroncaría a un viejo camarero por su torpeza porque siempre ha sabido que la condescendencia con los inferiores es uno de los privilegios de su condición social (y, ¿por qué no?, tiene además eso que se suele llamar “buen corazón”).
Manolo nunca se ha planteado la necesidad de ser solidario con sus iguales porque, lumpen al fin y acostumbrado a sobrevivir a salto de mata, sabe que lo que quiera tener en cada momento debe conseguirlo con sus manos... Nunca ha sentido el “orgullo de clase” porque para salir adelante siempre ha visto que lo más conveniente era usar sus ventajas físicas y camuflar de la mejor manera su condición social.
Pero, sin embargo, no es esa, más allá de la anécdota individual, una historia de buenas y malos, sino de justicias e injusticias, de estados de cosas determinantes de que, por nacer donde han nacido, Teresa vaya a ser una universitaria con un excelente futuro, mientras Manolo está condenado de por vida a moverse entre el lumpen barcelonés.
Por desgracia, las enseñanzas de esa vieja historia de la sociedad franquista aún tienen la misma relevancia aquí y ahora, en esta pseudodemocracia...  Basta leer con atención, por ejemplo, los datos estructurados por clases o niveles de ingreso familiar del fracaso escolar para darse cuenta de que el propio sistema educativo sigue actuando, tal y como ya denunciaba Pierre Bordieu en 1971 (La Reproduction. Éléments pour une théorie du système d’enseignement), como un mecanismo básico de reproducción social, o sea, como uno de los mecanismos esenciales que hacen del nacimiento un certero determinante de la futura posición social... Y, ¿qué le vamos a hacer?, nuestro concepto de la justicia social nos exige que, por muy bien que nos caiga Teresa, debamos estar al lado del Pijoaparte.  
Nacho Fernández del Castro, 10 de Febrero de 2013

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