«...Todos estamos muertos, muertos, muertos:
los de Ayer, los de Hoy, los de Mañana...
sembrados ya de trigo o de palmeras,
de rosales o simplemente yerba:
nadie nos llora, nadie nos recuerda.»
los de Ayer, los de Hoy, los de Mañana...
sembrados ya de trigo o de palmeras,
de rosales o simplemente yerba:
nadie nos llora, nadie nos recuerda.»
(Januario
Eduardo CARRANZA FERNÁNDEZ; Villavicencio, Colombia, 23 de julio de 1913 -
Bogotá, 13 de febrero de 1985. Versos de “Epístola mortal” en Epístola
mortal y otras soledades, 1975.)
Este
tenebrismo determinista nos lleva a
buscar sustitutos para los viejos dioses,
así, en masculino, porque los seres
supremos siempre han sido muy machos (incluso los de mayor poder en el caos orgiástico de los panteones politeístas)... E,
inevitablemente, buscamos que, partiendo de alguna representación terrenal, posean algún tipo de proyección supramundana y atemporal. Vamos, como esos mercados sacralizados por el liberalismo de todos los tiempos bajo la
forma de mano oscura por la que se anulan las subjetividades de los seres
humanos que en ellos participan para, en un asombroso sortilegio que se
renueva en cada instante de forma inefable
e infalible, hacer la mejor atribución posible de los recursos
disponibles.
Para
esos mercados, de hecho, es como si
estuviésemos ya muertos, pues nuestra voluntad
concreta es absolutamente irrelevante... Somos tierra en la que lo de menos
es lo que esté sembrado, pues nuestro valor
es únicamente el de solar... Un
terreno por el que nadie llorará, al que nadie recordará cuando pase a manos de
los más diestros intermediarios y especuladores.
Nacho Fernández del Castro, 8 de Febrero de 2013
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