jueves, 21 de febrero de 2013

Pensamiento del Día, 21-2-2013



«Lo poco que una mujer puede ver de sí misma no se lo muestra el apacible y circular resplandor de una lámpara encendida todas las noches encima de la misma mesa. Pero, si cambio de mesa la lámpara y de habitación, ¿qué he conseguido?. La sospecha y en seguida la certidumbre de que todos los países van a parecerse si no encuentro el secreto de renovarlos renovándome yo misma. ¡Ha pasado el tiempo en el que contaba con mi sólida razón!. La sólida razón de una mujer... Ni sólida ni razonable, sino conmovida y temblorosa por un vulgar encuentro, hace un instante, en el Paseo de los Ingleses.»

 (Sidonie Gabrielle COLETTE; Saint-Sauveur-en-Puisaye, Francia, 28 de enero de 1873 - 
París, 3 de agosto de 1954. Inicio de L'entrave -El obstáculo-, 1913.)
Lo que somos, lo poco que cada cual atina a percibir y saber de sí mismo, está, con frecuencia, más allá de las luces de la mera razón... Porque los resplandores que de ella proceden pretenden dar cuenta de lo mismo, de alguna suerte de esencias inmutables, en cualquier lugar y en cualquier tiempo... Y hemos aprendido, con la filósofía de la sospecha (Marx, Freud, Nietzsche y quienes, de uno u otro modo, les siguieron) que las razones que se pretenden únicas, universales y eternas (o, al menos, supremas, generalistas y atemporales) deben despertar en nosotros un prudente y saludable escepticismo, incluso un franco recelo.
Vamos que, cuando alguien nos habla de principios inmutables o unidades de destino en lo universal, siempre es muy conveniente preguntarse a quién benefician los susodichos principios o las mentadas unidades... Sabremos, entonces, con la precisión que esté al alcance de nuestro afán y pericia investigadoras, quién está interesado en que el imaginario que se configura desde esos principios y unidades se extienda y consolide, por un lado, y, por otro, a sueldo de quien está el correveidile de turno.
Asumir nuestra condición de seres del límite, que diría el malogrado Eugenio Trías, implica la voluntad continua de renovar el mundo renovándonos a nosotros mismos... Y no, desde luego, por esa mitificación de lo nuevo tan propia de la postmodernidad, sino porque, habitantes al fin de la frontera, debemos estar prestos a combatir cuantos discursos y acciones pretendan retrotraernos a una condición animal acrítica y meramente reactiva (como hacen los nuevos paladines de la “educación neoliberal”) o hacernos transcender a una condición angelical distante y estática (como pretenden los viejos bastiones de los credos inmutables). Al final, la pasión racional (o la razón apasionada) nos lo dice: prácticamente tales pretensiones son casi lo mismo... El intento de alejarnos de cualquier tentación de intervenir en el mundo desde nuestra voluntad fronteriza.
Lo dicho vale para cada ser del límite (tal condición nos hace iguales), pero su toma de conciencia es radicalmente urgente para quienes son especiales víctimas de la violencia simbólica que convierte la pasión en conmoción y el sentimiento en temblor incapacitante.
Nacho Fernández del Castro, 21 de Febrero de 2013

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