«Una semana más tarde, la mayor parte de la humanidad estaba
muerta. Le fue reservado a un sabio alemán poder arrojar un poco de luz sobre
los acontecimientos. La circunstancia de que la epidemia respetase a los sordos
y sordomudos le sugirió la idea de que se trataba de un fenómeno puramente
acústico. En su solitaria buhardilla de estudioso llevó al papel una larga
conferencia científica y anunció con algunas frases su lectura pública. El
sabio, con su exposición, se refirió a ciertos escritos religiosos hindúes,
casi desconocidos, que trataban acerca de la provocación de tormentas de
fluidos astrales remolineantes mediante la pronunciación de ciertas palabras y
fórmulas secretas, y fundamentó su relato en las más modernas experiencias en
el campo de la teoría de las vibraciones y radiaciones.
Pronunció su disertación en Berlín y fue tal la afluencia de público que tuvo que valerse de un tubo acústico mientras leía las largas frases. Cerró su memorable discurso con las siguientes lapidarias palabras:—Vayan a ver a un especialista del oído para que los vuelva sordos y cuídense de pronunciar la palabra... “Emelen”.
Un segundo después el sabio y sus oyentes no eran más que conos inanimados de gelatina, pero el manuscrito no fue destruido; fue conocido y estudiado, y así la humanidad pudo evitar su total exterminio. Algunos decenios más tarde, estamos en 19..., una nueva generación de sordomudos puebla el globo terrestre. Usos y costumbres son diferentes, las clases y la propiedad han sido desplazadas. Un especialista del oído gobierna al mundo. Las partituras han sido arrojadas a la basura, junto con las viejas recetas de los alquimistas de la Edad Media.
Mozart, Beethoven y Wagner se han vuelto ridículos, como antaño Alberto Magno y Bombasto Paracelso. En las cámaras de tormento de los museos, algún piano polvoriento muestra sus viejos dientes.»
Pronunció su disertación en Berlín y fue tal la afluencia de público que tuvo que valerse de un tubo acústico mientras leía las largas frases. Cerró su memorable discurso con las siguientes lapidarias palabras:—Vayan a ver a un especialista del oído para que los vuelva sordos y cuídense de pronunciar la palabra... “Emelen”.
Un segundo después el sabio y sus oyentes no eran más que conos inanimados de gelatina, pero el manuscrito no fue destruido; fue conocido y estudiado, y así la humanidad pudo evitar su total exterminio. Algunos decenios más tarde, estamos en 19..., una nueva generación de sordomudos puebla el globo terrestre. Usos y costumbres son diferentes, las clases y la propiedad han sido desplazadas. Un especialista del oído gobierna al mundo. Las partituras han sido arrojadas a la basura, junto con las viejas recetas de los alquimistas de la Edad Media.
Mozart, Beethoven y Wagner se han vuelto ridículos, como antaño Alberto Magno y Bombasto Paracelso. En las cámaras de tormento de los museos, algún piano polvoriento muestra sus viejos dientes.»
(Gustav MEYRINK, bautizado como
Gustav Meier; Viena, Austria, 19 de
enero de 1868 -
Starnberg, Alta Baviera, 4 de diciembre de 1932. Final del
cuento “Der violette tod” ´”La muerte violeta”-,
en The German Philistine's Horn –El cuerno
mágico del burgués alemán-, 1913.)
Decía el reivindicativo cartel de un
ciudadano en un chiste de El Roto que “las
difereencias salariales provocan a la larga la aparición de razas”, y, en
efecto, las condiciones de posibilidad de una sociedad racista, intolerante, excluyente, están dadas en el propio
sistema de organización social en
función de la propiedad privada de los
recursos y bienes... Y es que el capitalismo
necesita la desigualdad como caldo de cultivo para que prospere ese egoísmo vendido por los viejos y nuevos liberales como motor de progreso y fundamento de la acción distribuidora de la “mano negra” del mercado.
Uno,
la verdad, como tanta gente, está tan harto de escuchar y leer cada día en todos
los medios, en cualquier código, a través de todos los canales, con cualquier
formato, verdaderas sandeces sacralizadoras de esa mitología neoliberal para
justificar lo injustificable, que, además de bastante ciego, casi desearía
ser también sordomudo.
Tal
vez entonces, desde una humanidad
adaptativamente sordomuda, lográsemos poner freno al desvarío consumista, a los lamentables teatros de sombras políticos, a la miserabilización de la vida de los más para el enriquecimiento obsceno de los menos,... Al oprobio globalizado, en fin.
Pero
deberíamos, en todo caso, encontrar los especialistas capaces de mantenernos en
esas carencias sensoriales para evitar el retorno, bajo una nueva era de consagración del ruido, a las tentaciones excluyentes... O una
generalizada muerte violeta.
Nacho Fernández del Castro, 17 de Febrero de 2013
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