«Todo hombre de genio es la
personificación suprema de un Ideal. Contra la mediocridad, que asedia a los
espíritus originales, conviene fomentar su culto; robustece las alas nacientes.
Los más altos destinos se templan en la fragua de la admiración. Poner la
propia fe en algún ensueño, apasionadamente, con la más honda emoción, es
ascender hacia las cumbres donde aletea la gloria. Enseñando a admirar el
genio, la santidad y el heroísmo, prepáranse climas propios a su advenimiento.
Los ídolos de cien fanatismos
han muerto en el curso de los siglos, y fuerza es que mueran otros venideros,
implacablemente segados por el tiempo.
Hay algo humano, más duradero
que la supersticiosa fantasmagoria de lo divino: el ejemplo de las altas
virtudes. Los santos de la moral idealista no hacen milagros: realizan magnas
obras, conciben supremas bellezas, investigan profundas verdades. Mientras
existan corazones que alienten un afán de perfección, serán conmovidos por todo
lo que revela fe en un Ideal: por el canto de los poetas, por el gesto de los
héroes, por la virtud de los santos, por la doctrina de los sabios, por la
filosofía de los pensadores.»

(Giuseppe
Ingegnieri, más conocido como José INGENIEROS; Palermo, Italia,
24 de abril de 1877 -
Buenos Aires, Argentina, 31 de octubre de 1925. Final
de El hombre mediocre, 1913.)

No
podemos fiarnos ya de magias ni de santidades que prometen milagros, pues son como esa casta política siempre dispuesta a echarle la culpa de sus
incumplimientos al empedrado... No podemos depositar nuestra esperanza en
divinidades improbables que, como los padrinos
mafiosos, exigen sumisos actos
propiciatorios para donar recompensas
en un dudoso más allá.

Nacho Fernández del Castro, 20 de Febrero de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario