miércoles, 15 de mayo de 2013

Pensamiento del Día, 15-5-2013



«Cuando murió la abuela colocaron el ataúd en el salón y, antes de cerrarlo, pasamos todos los nietos a darle un beso.
Todos la queríamos mucho porque vivía en casa, quizá los más afectados eran Fernando y Helena, que habían pasado temporadas con ella cuando todavía vivía en la finca.
Silvia tenía doce años y, como los demás, fue a despedirse, muy seriecita y sin llorar. Y hasta ahí todo fue normal, es decir, según las costumbres, aunque pueda parecer monstruoso.
Lo malo empezó cuando se reanudó la vida cotidiana. Primero unos y después todos acabamos por darnos cuenta de que Silvia, al atravesar el salón, daba un rodeo muy perceptible: eludía pisar el lugar donde había estado el ataúd. La mesa del comedor estaba en un extremo de la habitación, y la puerta justo en el opuesto, de manera que la maniobra de Silvia de desplazarse siempre por los laterales, por más que nos esforzásemos en disimular; resultaba muy llamativa.
Un día, al terminar de comer, Fernando la cogió cariñosamente del hombro y, bromeando, sin darle importancia, fue a atravesar el salón. Silvia iba distraída, riéndose de lo que le decía, pero al llegar al punto justo dio un frenazo en seco. Papá preguntó muy serio: “¿qué pasa, Silvia?”, y Silvia contestó con la mayor naturalidad: “es por la abuela”. Mamá empezó a parpadear y a morderse los labios, Fernando quiso echarlo a broma, “qué boba eres”, le dijo pero se la llevó hacia la puerta sin pisar el centro.
Entonces papá se puso como una fiera y le soltó un sermón sobre las normas sociales y la manías que no se corrigen a tiempo, y acabó con un gesto muy teatral, ordenándole atravesar el cuarto. "Vamos -le dijo con el brazo extendido- cruza como Dios manda y que no te vea yo hacer más esa tontería".
Todos nos quedamos parados y contribuimos con nuestra actitud expectante a aumentar la tensión del momento y a dar a Silvia un protagonismo especial. Eso, Alvaro lo analizó bien cuando se lo conté y pienso que llevaba razón, pero es difícil reproducir la cara de Silvia, sus gestos.
Cuando Fernando la llevaba cogida del hombro se paró como quien tropieza en algo, más que un frenazo fue una especie de traspiés, de tropezón. Parecía involuntario.
Silvia nunca ha sido rebelde y fue una niña muy dócil, de modo que aguantó la regañina, dijo: "sí, papá" y, muy formal, atravesó la habitación.
Al llegar al centro, vaciló un instante y después, con decisión, levantó la pierna para superar el borde del ataúd, pisó delicadamente a abuela en las rodillas y en el pecho, sorteó de una zancada el rostro y la parte superior de la caja, comprobó con una rápida ojeada que la abuela no había sufrido mayores desperfectos, y se volvió satisfecha hacia papá, dispuesta a recibir los plácemes por su obediencia. Sólo faltó que hubiésemos oído crujir los huesos.
A mamá le dio un ataque de nervios y papá estuvo a punto de sufrir otro. Silvia nos miraba a todos como diciendo: “¿pero qué he hecho yo?”.»
(Marina MAYORAL DÍAZ; Mondoñedo, Lugo, 1 de septiembre de 1942.Al otro lado, 1980.)
Hoy es el segundo aniversario del 15M... Hace un par de años, en plena efervescencia, estas glosas libérrimas se unieron a la voz de las plazas para denunciar lo que tanto habíamos denunciado, lo que seguimos denunciando... El final de la política convertida en teatro de títeres para representar la obra que escriben los voceros de los poderes económicos reales (eso que, a veces, llaman “los mercados”; eso que, en otras ocasiones, personifican en la Merkel, la troika, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, para no decir el gran capital), pero que se financia, produce y representa a costa del dinero de todos.
En las plazas se veló la política periclitada bajo el imperio de la economía neoliberal, y, como a la vieja abuela que un día, cuando vital y generosa nos acogía bajo su cálido arrullo, quisimos tanto, aprendimos también a rodear los espacios que ocupara su féretro, esos vestigios y reliquias institucionales del tiempo de la esperanza y la dignidad, en el que la Política aún se podía escribir con mayúscula, o con la minúscula cotidianidad de la ilusión y el esfuerzo de quienes aún confiaban en servir al mundo universalmente mejor del mañana.  
Y entendimos, acaso confusamente, que había que rodear literal, físicamente esas instituciones, no para tomarlas (su dueño, desde luego, no es ya el pueblo, en realidad nunca lo fue), sino para mostrar pública y simbólicamente su carácter de teatro de sombras al servicio de los poderosos, o sea de féretro político. Así que cuando la gente de orden miraba asombrada el espectáculo (que porras, togas, y oportunistas de diverso pelaje tornaban, en ocasiones, violento), a punto de un ataque de nervios, y la autoridad (in)competente pretendía imponer mediante coacción el respeto de esos espacios, ¿qué otra cosa se podía hacer sino caminar con cuidado sobre los cadáveres que personifican ese óbito de la política y sobre quienes escriben los nuevos guiones?... Bajo la forma de escraches.
Y en eso andan las resistencias y las disidencias... Con efectos visibles, de momento, en las estadísticas.
Nacho Fernández del Castro, 15 de Mayo de 2013

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