jueves, 2 de mayo de 2013

Pensamiento del Día, 2-5-2013



«Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa convicción es rarísima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o a castigarlo
(Jorge Francisco Isidoro Luis BORGES; Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – 
Ginebra, Suiza, 14 de junio de 1986. Del relato “El inmortal” en El Aleph, 1949.)
Dejémonos de tonterías... Aquí y ahora cada cual sólo está realmente pendiente de lo que ocurre mientras su corazón late. Y, muy especialmente, quienes dicen creer en la vida eterna, pues la adornan con los deleites infinitos o castigos horrendos que sólo hacen ensalzar o denostar ese “tiempo de los latidos”, hora del ser y del estar.
La hipótesis de la inmortalidad no sólo es nimia, sino anómala y hasta terrible... Nimia porque torna irrelevante precisamente lo que es característica esencial del ser humano, planificar... Anómala porque nada en la naturaleza, salvo el ser humano con su obsesivo afán de trascendencia, tiene la más mínimo insight, la más casual comprensión súbita, la más remota preocupación acerca de lo que tal cosa pueda ser... Terrible, como muestra José Saramago en Las intermitencias de la muerte (As intermitências da morte, 2005), porque generaría un caos demográfico verdaderamente irresoluble.
Si la longevidad ya aparece como el mayor riesgo de las sociedades económicamente desarrolladas para el Fondo Monetario Internacional, ¿se imaginan qué podría decir y proponer sobre la inmortalidad?.  
Nacho Fernández del Castro, 2 de Mayo de 2013

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