«—Sigue y no seas cobarde.
—No.
Quiero cantar; marcharme por algún camino sin gente,
cantando. Quiero oírme, llegar a un arroyo, tumbarme a la sombra de un árbol y
cantar y oír. Quiero encontrar un hormiguero y deshacerlo, pisar las hormigas y
orinarlas. Quiero volverme niño y dejar todo esto, porque no puedo más, porque
ya te he dicho que no puedo más, porque tengo un enjambre en la cabeza y dentro
de la cabeza, porque estoy en un incendio. Porque no puedo, porque no puedo
más. ¿Lo entiendes?
—Tienes que seguir si quieres continuar comiendo de esto.»
(Ignacio
ALDECOA ISASI; Vitoria, 24 de julio de 1925 - Madrid, 15 de
noviembre de 1969.
“Capítulo 11: Avispas y hormigas” en Neutral corner, 1962.)
Querríamos
cantar (o gritar, al menos) mientras huimos por algún camino desierto, pero no
podemos hacerlo porque la cabeza podría estallarnos después de los golpes recibidos
y estamos rodeados por una muchedumbre creciente de sparrings forzosos que comparten nuestra lona... Querríamos tumbarnos
bajo cualquier árbol, al lado de cualquier arroyo, lejos de todo esto, pero no
podemos porque no tenemos ya fuerzas para buscar nada y dicen que no hay nada
distinto de todo esto... Querríamos deshacer algún nido de insectos para
pisarlos y mearlos en venganza simbólica hacia cuantos chupópteros nos parasitan, pero, al fin y al cabo, ningún insecto
tiene la culpa de ésto y los verdaderos responsables viven en mansiones fuera
de nuestro alcance... Querríamos refugiarnos en la infancia, en la mirada y actitud infantil ante cuanto nos rodea,
pero no podemos porque, ante el incendio
global sólo cabe el pánico y la estampida...
Pero,
¿estampida hacia dónde?... ¿Pánico de qué o de quién?.
Desde
luego, huida hacia donde toda esta violencia
de precariedades inducidas y desmantelamientos vitales (la verdadera violencia estructural) esté
erradicada... Y donde esos managers inclementes
que nos obligan a perpetuarnos como la grasa que permite que sigan funcionando
los engranajes del negocio sean
considerados lo que son, criminales y
delincuentes.
Nacho Fernández del Castro,
20 de Septiembre de 2012
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